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Indonesia

Entro en el gigante asiático tras dos días volando. Las terrazas de arroz me esperan en la Isla de los Mil Templos. Bali en estado puro. ¿Me dará tiempo en dos semanas de hacer una escapadita a las Islas Gili?

Itinerario:
   BALI (NORTE) - Denpasar, Ubud, Lago Batur, Monte Bratan, Lovina.
   ISLAS GILI - Gili Trawangan.
   BALI (SUR) - Kuta, Tanah Lot, Uluwatu.
Fechas: 30 de septiembre - 11 de octubre de 2016.
Libro recomendado: "Come. Reza. Ama". Elizabeth Gilbert. Ed. Suma 2010.
Canción: "Say you won't let go" de James Arthur.






BALI (Norte)
- Denpasar, Ubud, Lago Batur, Monte Bratan, Lovina -



   Después de dos interminables días atravesando medio mundo, surcando el océano Pacífico y parando en la tecnológica Taiwan con sus aviones temáticos de Hello Kitty (no es broma), por fin llego a Indonesia. El aeropuerto de Denpasar se encuentra en la Isla de Bali, la única isla hinduista de todo el país, el cual es musulmán. Allí me recibe con una sonrisa mi Ketut particular, el guía que me ayudará a recorrer la isla durante los próximos días. He tenido que hacerlo así dado que aquí no existe el transporte público. 

Ketut es un chico balinés de 25 años, cuya familia se embarcó en un tremendo viaje al norte del país cuando él contaba tan sólo con un par de meses. Dicho viaje pudo haberlo matado, pero consiguió sobrevivir y crecer sano y fuerte. (En Indonesia es costumbre poner de nombre Ketut al cuarto hijo de la familia). Pero la desgracia llega cuando todavía es un niño y pierde a su madre. Su padre y sus hermanos no pueden cuidarle, y se ven obligados a llevarle a un orfanato a la tierna edad de 8 años. Allí pasa sus días hasta que se ve lo suficientemente maduro como para adueñarse de su propia vida, volver a Bali, su isla, y comenzar una nueva aventura. Hoy en día ha aprendido a hablar inglés, tiene un sentido del humor increíble, es cercano, sencillo y leal, y me cuenta todo esto durante nuestros largos paseos en ruta para ver templos, cascadas, volcanes y aguas termales. 
  - "Algún día escribiré un libro sobre mi vida, hermana" - me dice con los ojos brillosos. Pues bien, he aquí mi pequeña aportación a la inmortalidad de sus buenos actos.


Bali es una isla salvaje, sus habitantes son gente amable e increíblemente lista. Según recorres sus paisajes con la mirada, te das cuenta de ello: tienen un sistema de regadío de los mejores y más habilidosos del mundo, su religión es alegre, sus dioses benévolos, sus tradiciones gentiles y su forma de vida está en comunión con la naturaleza. 

En cuanto al sistema de riego, lo hacen aprovechando la inclinación del terreno para construir terrazas horizontales dispuestas sobre la falda de sus montañas. Bali tiene un grupo montañoso en el centro de la isla, y de ese epicentro comienzan a descender las tierras hasta llegar al borde, al nivel del mar. Todas las lluvias son entonces encauzadas a través de riachuelos y saltos, y llevadas a estas famosas terrazas donde cultivan arroz, el cual necesita estar cubierto de agua para crecer. No es sólo una técnica ingeniosa sino que también respeta la naturaleza, no la edulcora sino que aprovecha sus recursos para sacar el máximo rendimiento, sin contar con la belleza que supone ver el resultado. Aún así, Bali tiene que exportar arroz porque el consumo es mayor que la producción interior de la isla. Se dice que una familia consume entre 1.5 y 2 kilos de arroz al día. Como nosotros con el pan.


Son gente sana, amigable y con una sonrisa constante en la cara. Si te prestan algún servicio, ten por seguro que será el mejor. Si te tienden una mano, lo harán con el corazón. Si te pueden ayudar, van a hacerlo. Ellos respetan mucho la ley del Karma y el Dharma, piensan que toda acción buena o mala tiene sus consecuencias, por lo que jamás te van a hacer nada que te perjudique ya que en última instancia se les va a devolver. Como decía son hinduistas y siguen los mismos patrones de dioses y castas que en India, pero a la hora del folclore tienen sus propios métodos, sus propios dioses... quizás un poco más agresivos, quizás un poco más simpáticos, pero entre ellos destaca Hanuman el Dios mono, el más cercano y respetado de todos. 


Otra virtud que descubro estos días de los balineses, es la comunión que tienen con el ambiente que les rodea. Visito sus cascadas, escalo sus volcanes, me sumerjo en sus aguas termales (calientes como el infierno pero que te dejan la piel suave y tersa como un bebé) y me maravillo con la vida que exhala cada milímetro de su tierra. Ellos no usan aire acondicionado a pesar de que el calor y la humedad son más que notables por estos lares; en lugar de eso, construyen casas abiertas, porches elevados unos centímetros sobre el suelo y sombras en patios abiertos a la naturaleza. Se levantan con el sol a las 6 de la mañana y se acuestan tras él. Sus muebles son de madera, de bambú, de palmeras y cocoteros. Conducen bicicletas o pequeñas motos, sus caballos modernos que les facilitan la vida sin perder el contacto con el viento y el sol durante la travesía. Ponen flores de ofrenda a la puertas de las casas por la mañana junto con el primer arroz del día para bendecir a todo aquel que pase. Construyen templos dedicados a sus antepasados, para guardar su memoria y que nunca sean olvidados, que vivan así para siempre en el seno del que un día fue su hogar. Por eso Bali se conoce como la Isla de los Mil Templos, porque en cada casa hay un pequeño santuario dedicado a honrar la memoria de aquellos que ya no están. Respetan también a los animales, tanto los salvajes como los de compañía, cuidan y miman su entorno, en lugar de aislarse de él como hacemos los occidentales con nuestros aires acondicionados, luz artificial y entretenimientos vacíos de alma. No digo que sea mejor ni peor, es simplemente otro punto de vista. Es la visión asiática.



Siento Ubud, vivo sus calles, sus danzas tradicionales, sus mercados, sus gentes y su exquisita cocina. Me pierdo en un bosque rodeada de monos que saltan a tus espaldas cuando menos lo esperas, visito templos, atravieso puertas, me cubro de flores. Tras unos días viviendo su magia y sus costumbres, decido ir al norte, a Lovina. Allí la mañana me sorprende bailando entre delfines, con el Mar de Java en tonos rosados y lilas que caen y dan paso al azul más profundo, un azul que funde cielo y agua en un beso de algodón. La arena negra del volcán cubre la playa de un tono siniestro y majestuoso a la vez, recuerdo de antiguas tonadas piratas, fruto del exceso de ron y calor combinado con el resplandor del oro de sus mentes perversas. 





ISLAS GILI 
- Gili Trawangan -


  Érase una vez tres pequeñas islas, situadas entre Bali y Lombok, perdidas en mitad del sudeste asiático y conocidas como las Islas Gili. Air, Meno y Trawangan eran sus nombres. Ésta última tiene 6 kilómetros de extensión y puede recorrerse a pie en una hora. No está permitido ningún vehículo motorizado, y tampoco pueden entrar los perros, cuyo ladrido emite demasiado ruido para esta tímida islita. El único acceso es en barco desde cualquiera de sus islas vecinas. 

Érase una vez una isla de arena blanca, cálidas aguas esmeraldas, de palmeras firmes y cielos azules pintados al óleo. Un lugar sin templos, sin apenas tecnología, sin ruidos... y con un fondo marino que haría temblar de emoción al más cruel de los mortales. Bella, majestuosa y llena de luz, la vida debajo de las aguas de ésta pequeña isla la convierten en una joya al alcance de pocos y ante la que muchos se inclinan como algo divino, sobrehumano.


Y ante éste cuento me encuentro ahora, inmersa en un océano de sensaciones nuevas, mirando a unas aguas tan cristalinas que mis ojos se vuelven celosos de ellas y reflejan su brillo y su claridad. Ya no me preocupa mi aspecto, pues de mi interior emana toda la felicidad que este paraíso me produce. Llega la tarde y mi sonrisa se perfila puntiaguda y serena mientras sorbo el agua de un coco tumbada y contemplando la puesta de sol. 


Con el nuevo día desembarcan nuevas esperanzas y nuevos retos. Una mano la tengo sujeta por el miedo, y la otra me la agarra, de un modo tenaz y decidido, la ilusión. Sin soltarme de ninguna de ellas, me decido a dar otro pasito más fuera de mi zona de confort. Hace un mes no creo que me hubiese atrevido, pero tras las vivencias mexicanas ya me siento capaz de todo. 

Sin darme apenas cuenta de pronto estoy sentada en un barco con un traje de neopreno, unas aletas, pesos en la cintura y una botella de oxígeno a mis espaldas. Tres, dos, uno... y me dejo caer para atrás. En esas milésimas de segundo veo cómo estoy naciendo de nuevo mientras en el barco se quedan aquellos miedos que una vez pensé insuperables. Caigo al agua, inflo el chaleco y me preparo para cruzar la puerta, esa que divide el mundo de lo inamoviblemente seguro y el mundo donde aprendes a romper tus barreras, a vivir tus sueños.

Un descenso acompasado marca el inicio de una de las mejores experiencias de mi vida. El paisaje marino me regala arrecifes de coral, bancos de peces que me rodean, tortugas perezosas, peces simpáticos que brillan por sus vivos colores y por sus majestuosas formas. Cruzamos mesetas, corrientes de agua fría entre tanta calidez, peces león, estrellas de mar y todo un sinfín de animalitos hermosos cuyos nombres soy incapaz de retener pero cuyas formas quedarán por siempre en mi recuerdo. Siento cómo van bailando a mi lado, nadando conmigo, acompañándome en este viaje hacia ese otro mundo mágico y olvidado pero lleno de luz. Estás serena, con un vals de burbujas y el único sonido de tu respiración. No puedo pensar en ningún otro momento donde haya sentido esto que siento a 14 metros debajo del agua.

Pero es entonces cuando veo un pulgar hacia arriba que nos advierte que el viaje se acaba por hoy. Han pasado 46 minutos pero a mí me han parecido tan sólo diez. Salimos a la superficie y sonreímos como tontos. Nuestros rostros reflejan las maravillas que acabamos de contemplar, reflejan felicidad, paz e ilusión como si fuéramos niños de nuevo y aquella fuera la mañana de navidad. 





   BALI (SUR) 
- Kuta, Tanah Lot, Uluwatu -


La Isla de los Mil Templos la llaman, y ahora entiendo por qué.


Rituales, tradiciones, costumbres y folclore mezclados con el aroma a incienso, el colorido olor a pétalos de flor y el sabor a lluvia mojada hacen de este país un regalo para los sentidos. Rezos, palmas en alto para la oración y una sonrisa amable al visitante son la tónica general cuando paseo por estos templos infinitos envuelta en un sarong.

Los templos aquí están vivos. Ves estanques con carpas koi de colores tan brillantes que parecen hechas de plástico, también hombres  y mujeres metidos en el agua limpiando su karma, o cajitas con flores, arroz e incienso como ofrenda para los juguetones y sonrintes dioses. Y nadie te mira de reojo por invadir su espacio sagrado (a veces por cierto de una forma un poco intrusiva por parte de algunos turistas), sino que te saludan, sonríen y explican su gestos y su tradición haciéndote partícipe de ellos e invitándote a unirte a tan bello ritual. 

Algunos templos se hallan sobre el mar como Tanah Lot, otros a los pies de un volcán o un lago como Ulun Danu, otros sobre un acantilado... no importa cuán impresionante sea la ubicación, en todos ellos ves danzas, ceremonias y ofrendas a diario. Perderse por sus escalinatas, meditar en sus faldas o simplemente atravesar sus puertas es una sensación que me produce una paz difícil de plasmar con palabras. Me siento cómoda y protegida. La magia del lugar me envuelve, me atrapa, me mece como a un recién nacido.


Y así, entre incienso y flores me despido de esta bella isla, mirando la puesta de sol esta vez sobre el océano Índico, en el Templo Uluwatu, disfrutando de la historia de Hanuman y Ramayana en forma de danza tradicional balinesa. Perfecto broche de oro para un país que me provoca una sensación de comunión y armonía como jamás sentí antes en ningún otro lugar.

¡Trimakasi Bali!

1 comentario:

  1. Que maravilla... jamás olvidarás éste hermoso viaje que estas realizando.
    Un beso preciosa :*

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