Tradición, rituales y medicinas sagradas, un retiro espiritual, suciedad y vacas. India es eso y mucho más. Es otra de las civilizaciones más antiguas del mundo y como tal, la cultura Hindú es una de mis favoritas. La experiencia de perderse en India, de subirse a un tren destino Mumbai o de ver amanecer sobre el Taj Mahal son sólo unas pequeñas pinceladas de lo mucho que este país me tiene preparado, estoy segura de ello.
Itinerario: Triángulo de Oro, Rajastán, Pradera del Himalaya, Punjab, Majarastra.
Fechas: 20 de octubre - 18 de noviembre de 2016.
Libro recomendado: el Bhagavad Gita, Anónimo. 3100 a.C., India.
Canción: "Beware of the boys" Panjabi MC.
Itinerario: Triángulo de Oro, Rajastán, Pradera del Himalaya, Punjab, Majarastra.
Fechas: 20 de octubre - 18 de noviembre de 2016.
Libro recomendado: el Bhagavad Gita, Anónimo. 3100 a.C., India.
Canción: "Beware of the boys" Panjabi MC.
TRIÁNGULO DE ORO
- Delhi, Agra, Jaipur -
Son muchos los viajeros que opinan que India es como el Marmite - o lo amas o lo detestas, pero nunca te deja indiferente - así que mi aventura comienza con un poco de recelo aunque con la misma dosis de ganas. Quiero ver lo fuerte que este país puede sacudir mis cimientos y tengo todo un mes por delante para comprobarlo.
En Delhi me espera una reserva de hotel, un conductor en el aeropuerto y un potencial compañero de viaje. Tras un par de horas de vuelo moviditas desde Nepal, llego a una ciudad ni tan calurosa, ni tan sucia ni tan ruidosa como me estaba esperando. Evidentemente hablar de Delhi es hablar de caos, de gente, de coches... es, al igual que ciudad de México, uno de los lugares más poblados de la tierra - con 16 millones de habitantes - y por ello hay de todo pero elevado a la enésima potencia. Aun así, y refiriendo de nuevo al homónimo americano, no es tan horrible como la gente lo suele pintar, aunque una vez más hay que comprobar la lente con la que observamos ésta opinión. A mí personalmente me pareció mucho más crudo Kathmandú.
En ningún momento digo que sea fácil, y no pretendo mucho menos compararla con europa u occidente... India es un abanico de sensaciones, colores, olores, caos y sinsentidos. Delhi, como buena capital, representa todo lo bueno y lo malo de esta fascinante cultura. Mi nuevo compañero y yo decidimos saltar al vacío y bucear por Old Delhi nada más llegar. ¿El resultado? Pitidos como metralletas, vacas por la calle, gente gente y más gente intentando venderte cosas, llevarte en rickshaw (tuk tuk) u ofrecerte desde comida hasta camisas. Olores tan fuertes que te hacen desfallecer, más pitidos, más vacas, pobreza extrema y montañas de basura por las calles. Calor y miradas apuntándote a discreción. Eres como un faro de luz alumbrando la costa oscura... Te ven a leguas, y saben cómo hacer que seas consciente de ello. India es un buen país para venir sino tienes muy buena autoestima, ellos creen que eres de la realeza: cuanto más blanca de piel, más guapa. Entonces recuerdas cuando se metían contigo de pequeña en el colegio por ser así. Y te ríes. Y sigues caminando, esta vez con la cabeza un pelín más alta.
Y entonces contemplo la India que yo venía buscando, aquella de curvas pronunciadas, juegos de luces, tonos dorados, celosías y telas de colores bailando con el viento al son del agua. Historias de Sultanes, ciudades conquistadas, templos, mausoleos... la grandeza de Delhi no está en sus bazares sino en sus tumbas. Ya no hay lugar para los dinteles ni las columnas clásicas, rectas y occidentales. Aquí todo es sinuoso, sensual, curvo, redondeado y de contornos suaves por donde la luz y el mármol se besan con tonos carmesíes.
Cadenas que encierran tumbas vigiladas por palomas, fortalezas que esconden flores en sus salones y agua en sus suelos, mezquitas con niños que te piden limosna en italiano mientras otros tantos te piden fotos... una India nueva, a veces amarilla, a veces azul, pero siempre aliñada con una canción y una risotada al viento. India es mágica y apasionada, se muestra ante ti con todo su poder, virtudes y defectos. La amas o la odias. Por ahora me quedo con la opción primera.
Primer tren: destino Agra. Trayecto corto, fácil, clase acomodada... como primera incursión sobre raíles hindúes me parece más que suficiente. El reto está en pasarse la noche entera en un vagón sin perder la cordura, pero ya habrá tiempo de ello.
A cambio, decidimos madrugar como nunca para ir a ver uno de los espectáculos más impresionantes y dulces que este país puede parir... ¿y qué mejor sitio para ver salir el sol que una tumba?
Mumtaz Mahal murió dando a luz a su décimo cuarto hijo, dejando a su marido el Emperador Shah Jahan roto de dolor. Éste, triste y desolado, decidió construirle a su difunta mujer el lugar más bello para que descansara eternamente mientras él la contemplaba desde el Fuerte Rojo, prisionero de su propio hijo -el nuevo Emperador- ocho años después. "Una lágrima en el rostro de la eternidad" es como lo denominan los poetas. Para mí, uno de los amaneceres más bonitos que jamás vi. Mágico, delicado y majestuoso, el Taj Mahal es más que un emblema, es belleza y sensualidad, y dolor y rabia y una canción de amor, todo el ser y la eternidad mezclados en un solo rayo de luz.
Con la satisfacción de haber visto uno de los monumentos más importantes de la tierra y una de las muestras de amor más grandes de la historia, ponemos rumbo a Jaipur, la ciudad rosa.
Días vibrantes y noches tranquilas bajo un cielo cálido y despejado nos hacen de anfitriones acompañando nuestros primeros pasos perdidos entre chais, sarees, bazares y gurúes. Conocemos gente extraña y rocambolesca que nos habla de mundos prohibidos, de lugares de paz y meditación, gente que nos tiende la mano para intentar adueñarse de nuestros anillos. Paseos en moto con más gente de lo permitido y tardes en las que acabas echando a correr entre telas azules y dibujos de henna.
El día muere tiñéndose de oscuro con la sombra alargada de tu propia salud, la cual se te escapa entre los dedos y ves como todo a tu alrededor se desdibuja para dar paso a 24 horas de pesadilla. Tengo que seguir, hay un destino que alcanzar. Ahora es cuando me topo de bruces con ese tren nocturno, que viene con retraso y con el vagón equivocado. La mochila me pesa como plomo, las piernas no me responden, mi estómago se queja del viaje pero yo tengo que seguir. Lo consigo gracias a esa mano amiga que siempre me sujeta y me ayuda a caminar.
Y dentro de tu delirio reflexionas ante una puerta de metal cerrada en tus narices.
El sueño y el cansancio te invaden pero no tienes donde dormir. Cierras los ojos y pides que todo pase pronto, que alguien te ayude. Entonces suenan unas llaves en la distancia y ves una puerta que se abre. Jamás pensé que fuera tan paciente como estoy descubriendo que soy en este viaje.
Atraviesas una noche de vagones sucios con pies colgando, ratas de fiesta y oscuridad encerrada con el vaivén de las vías. Por fin sales y corres (o lo intentas) para llegar a tu vagón, el cual está diez carruajes más adelante. Son las tres de la mañana y sólo quieres tu cama, no importa dónde o cómo esté, pero tu estómago dice que ya sí que no puede más.
Y finalmente llegas, y unos ojos amables de gente tan perdida como tú te saludan y sonríen. Y te recuestas de una vez y te duermes mientras aquella mano te sigue sujetando y acompañando desde la cama de arriba.
RAJASTÁN
- Jaisalmer, Desierto de Thar -
Tras una noche de infierno llego a Jaisalmer, una ciudad de ensueño, un castillo en medio del desierto, una fortaleza de arena rodeada de dunas y de sol, seca, cálida, amarilla. Almenas y cañones serán mi prisión durante los próximos cuatro días. Estoy en el desierto de Thar -haciendo frontera con Pakistán- y lo único que puedo ver es la lejana puesta de sol desde la azotea de mi hotel mientras como arroz blanco.
Pero no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, finalmente me recupero y puedo hacer lo que venía buscando: pasar la noche en el desierto, ver la puesta de sol sobre las dunas y dormir bajo las estrellas.
Un jeep me recoge por la tarde para llevarme desierto adentro donde me espera un camello bonachón y gentil sobre el cual monto y paseamos juntos sobre las dunas que parecen de mantequilla. El camello es un animal noble, cuando subes a él puedes sentir su respiración y cómo sus patas se hunden en la arena al caminar.
La tarde y el calor caen, mi sombra se alarga sobre el árido paisaje. El camello para a descansar y yo me subo a una duna para ver cómo muere el sol sobre el mar de arena. Primero amarillo brillante y poderoso, luego anaranjado, luego rosa pastel, luego teñido de color bermellón... luego celeste fundido con el cielo, luego gris, luego apagado, derretido en la lejanía del horizonte.
Arena, cielo, viento y mi propia respiración como punto final de un día mágico.
La noche se cierra y la Vía Láctea sale a bailar en la oscuridad con un vestido largo y plateado, bordado con miles de estrellas que resplandecen como lentejuelas ante las luces de neón. La luna esta noche no es más que una uña fina y delicada que con su ausencia hace que aquel manto de estrellas brille aún más y despunte en mis incrédulas pupilas. Miro a la majestuosa inmensidad del espacio embelesada y me doy cuenta de algo que no había visto hasta ahora: la armonía que sientes en ciertos lugares no está en ellos sino en ti misma. He estado en la selva mexicana, en el mar indonesio, en las montañas nepalíes... pero he tenido que llegar al desierto indio para entenderlo, para sentir que soy yo la que está en paz sin importar el marco que me rodee.
Despertar entre dunas es un auténtico privilegio, ver cómo la luz se va abriendo camino, cómo ilumina poco a poco cada rincón, cada grano de arena, primero delicadamente, más tarde con brío y con fuerza. Hundo mis pies en la arena ahora fría y húmeda, comienzo a caminar, saludo al nuevo día, monto en mi camello y nos perdemos de nuevo entre las dunas infinitas.
PRADERA DEL HIMALAYA
- Dharamsala, Manali -
Por fin un poco de frío... una de las razones que hacen de India un país agobiante es precisamente el calor, sobretodo cuando se mezcla con la basura y con corros de gente a tu alrededor. Es por eso que el Himalaya es mi refugio perfecto para descansar, coger fuerzas y volver a la naturaleza y a aquellas sagradas montañas.
Los Himalayas lucen amables desde este lado del muno.
Dharamsala me recibe tras dos largos y angustiosos días de viaje donde pierdo trenes, me quedo sin asiento y paso la noche sentada en una esquina de un vagón lleno de gente roncando. Aunque he aprendido que aún existe gente buena que aparece cuando les necesitas: una familia me ofrece su asiento y me acompaña a tomar el siguiente tren, me invitan a chai y me dan una bonita conversación.
En McLeod Ganj se encuentra la residencia oficial del Dalai Lama -exiliado de Tibet en 1960 debido al conflicto con China- conocida como "la pequeña Lhasa". Paseas por sus calles rodeada de monjes vestidos de rojo y sientes una paz que sólo la puede dar un lugar así, donde ahora los ruidos de los coches se cambian por mantras y trompetas tibetanas, donde el olor a podredumbre se convierte en incienso y el calor húmedo es ahora una fría brisa de amanecer. Un remanso de tranquilidad fuera del caos de la India profunda, donde puedes sentir cómo Tibet sigue vivo en las retinas de sus habitantes tres generaciones después.
Tras visitar el templo y llegar diez minutos tarde a la fiesta de cumpleaños del Dalai Lama, es hora de poner rumbo a un ashram, aislarme del mundo y ver lo que me tengo que decir. Yoga y meditaciones desde que sale el sol, comida vegetariana y un baúl que se abre en mi cabeza, dejando salir una historia que llevaba rumiando mucho tiempo atrás. Escribo compulsivamente puesto que tengo la historia completa esperando a ser vomitada.
Se necesitan doce horas para recorrer apenas 150 kilometros cuando hablas de los Himalayas... aquí nada es fácil aunque lo parezca. Una vez en Manali paso unos días tranquilos donde vuelvo a ganar un poco de peso, donde las conversaciones se alargan hasta la madrugada a la luz de un fuego improvisado, donde vemos cómo el país se colapsa tras un golpe maestro del gobierno Indio contra el dinero negro: de un día para otro, anuncian que los billetes de 500 y 1.000 rupias ya no tienen validez, y que los bancos van a permanecer cerrados hasta la semana que viene para poder hacer la conversión. El caos me pilla refugiada en el bosque y no recibo las consecuencias tan de primera mano como el resto de extranjeros.
Un trekking infernal hacia unas cataratas sagradas me hacen perder el aliento y la seguridad, pero a la vez me hacen sentir orgullosa de mí misma una vez que alcanzo la cima y veo los picos nevados y un doble arcoiris. Incluso diría que alcanzo a ver los dedos azulados de Shiva por entre los árboles. Por el camino, risas en otros idiomas y miradas universales que se clavan en ese cielo recortado entre montañas al calor de un té. El día avanza y el sol se pone en nuestra contra, la luna quiere saludarnos y el atardecer nos pilla en una pequeña villa de aguas termales de regreso a Manali. Parece un pueblo congelado en el tiempo, con sus habitantes como figuritas de un portal de Belén.
Me va a costar dejar de despertarme en el techo del mundo, pero es hora de seguir el camino. Rumbo: la tierra de los guerreros Sikh.
PUNJAB
- Ludhiana, Chandigarh -
Y de pronto en Ludhiana los indios son altos, fuertes, con pestañas interminables y sonrisas perfectas. No escupen, utilizan cubiertos para comer y son encantadores y amables. Llevan turbante, una pulsera de plata y una daga en el cinturón. Son los Sikhs, los guerreros que defienden India ante el enemigo pakistaní, los de religión monoteísta que eliminaron el sistema de castas para afirmar que todos somos iguales sin distinción de raza, lengua o religión. Son las personas más hospitalarias que jamás encontré, los cuales me hospedan en su casa, me ofrecen todo tipo de lujos, me hacen sentir una más en el hogar.
Ellos elevan la familia a otro plano, viviendo todos juntos incluso después de casados. Me gustaría vivir en una casa así y tener a mis hermanos cerca, realmente les envidio a la vez que me planteo si yo sería capaz de vivir en un sistema con tan poco espacio personal.
Y precisamente esta unión de familias hace que nos inviten a varias bodas, de las cuales conseguimos ir a dos: la primera es del hijo de un billionario hindú que se gasta más de 300.000 euros tan sólo en la decoración de una noche y que pone una barra libre de Blue Label , entre otros excesos. Las bodas aquí comprenden varias ceremonias y duran unos días. Comienzan con la fiesta de compromiso y la dote de ella, siguen cuando la mujer se despide de casa de sus padres, y mientras les abraza dice que ya no pertenece más a la que hasta ahora había sido su familia, les deja para formar parte de la casa de su marido. Siguen varias ceremonias dentro de lo que sería la boda en sí misma, recepciones, cenas y bailes. Luego los recién casados llegan a la casa de él y reciben a la novia, le presentan al servicio y a la casa en su totalidad.
Pero no sólo tengo el lujo y honor de asistir a estas ceremonias, sino que me visten acorde, me maquillan, me peinan, me ponen joyas. Me siento como una auténtica princesa, y lo mejor viene cuando me hacen el mejor cumplido posible: "normalmente las turistas que asisten a estas bodas parece que están disfrazadas, tú en cambio pareces una india auténtica, pareces uno de nosotros".
La ceremonia se celebra en una finca enorme en medio de la nada, con más de mil invitados además de tener dispositivos de seguridad, policía y ambulancias. Mi vestido baila solo por entre la gente, mi sonrisa contagia a los invitados. La comida es abundante y exquisita, el lujo se derrocha en cada copa. Música en directo, luces, velas, candelabros... y flores: azucenas, claveles y rosas por todas partes, en el suelo, colgando, en ramos, sobre las mesas; embriagan el ambiente y te hacen sentir en una nube de algodón.
Y al fondo un novio altivo y una bella y sonrosada novia vestida de rojo que pestañea levemente entre focos y felicitaciones de los invitados, los cuales hacen cola para verles de cerca, algunos de hecho por primera vez. Ministros y políticos se sientan a comer y comparto mesa con ellos.
Recuerdo cómo hace una semana pasaba la noche de pie en un vagón de tren. India caprichosa, no me metas en más juegos y déjame atesorar este momento, que brille en mi memoria como lo hacen las piedras doradas de mi vestido.
En Chandigarh asistimos a una boda Sikh. Mi vestido en esta ocasión brilla sobre el césped a la luz del día, me baña de tonos púrpuras y carmesíes y ondea con la brisa del mediodía. Me siento un ángel etéreo y vaporoso, alegre y pizpireto con colores que me hacen revivir y sonreír.
Y como broche final me llevan al templo a celebrar el cumpleaños de su primer gurú -tuvieron diez- . Mi anfitriona me desvela sus ritos y costumbres mientras yo escucho ensimismada cuando de pronto ella dice "Somos Guerreros". Las palabras del chamán mexicano saltan a mi cabeza casi tres meses después. Él me dijo en el temazcal que en India encontraría una "tribu hermanada de guerreros que me acogerían y enseñarían sus tradiciones" y aquí me encuentro en pleno Punjab, escuchando a una Sikh hablar de sus espadas.
MAJARASTRA
- Mumbai, Ajanta -
Siempre me llamaron la atención las Cuevas de Ajanta desde que las estudié en la universidad. Mi profesora de Arte Indio hizo la tesis sobre las mismas, y me enamoraron desde que las vi por primera vez en aquellas antiguas diapositivas quemadas. Y aquí estoy, recorriéndolas descalza y emocionándome cada vez que atravieso los umbrales de sus 26 templos, cuando descubro al buda durmiente o las pinturas de los bodhisatvas, cuando miro la gigantesca huella de herradura hundida en la montaña árida pero verde de este lado de Rajastán.
Han hecho falta un vuelo de dos horas y media, diez horas en un autobús nocturno y dos en uno local, cuatro kilómetros más y alguna que otra escalera... pero finalmente lo he conseguido. Mi motivo principal para venir a India era visitar estas cuevas. Siempre pensé que tendría que mirar hacia arriba para verlas, pero al llegar aquí me he encontrado que están en una especie de desfiladero, por lo que miras hacia abajo. Una vez más me quedo sin palabras y las imágenes no hacen justicia ni de lejos a lo que he vivido hoy, aunque sí mi cara: he cumplido otro sueño y soy feliz.
Después de todo, India es un país mágico que me ha cambiado un poco más. Lo que comenzó hace un mes como una carrera contrarreloj por la supervivencia, se ha convertido en un hipnotizante baile de colores, brillos, aromas, templos perdidos y oraciones secretas. Quizás me ha vuelto un poco más mística, quizás simplemente haya metido en mis bolsillos un poco del sol del atardecer en el desierto... quizás tan sólo sea la luna llena que agranda mis pupilas.
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