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jueves, 9 de abril de 2020

México

   Mi vuelta al mundo comienza el 31 de agosto. El vuelo sale desde Madrid con destino Cancún (México) donde comienza la aventura. Allí me espera un mes repleto de descubrimientos, armonía, rostros extraños y viejos amigos, tacos, playas de cuento y sobre todo ruinas. Uno de los objetivos de mi viaje es conocer de cerca las grandes culturas antiguas, empezando por los reyes de este increíble y hermanado lugar: la civilización Maya.

Itinerario:
   QUINTANA ROO - Cancún, El Rey, Tulum, Cobá.
   YUCATÁN - Valladolid, Zací, Chichén Itzá, Ek Balam, X'canche, Mérida, Oxkintok, Uxmal.
   CAMPECHE - Campeche, Edzná.
   CHIAPAS - Palenque, Comunidad Ha Omek Ka (Tzajala), San Cristóbal de las Casas.
   CIUDAD DE MÉXICO.
Fechas: 31 de agosto - 27 de septiembre de 2016.
Libro recomendado: "Espejos de Poder, un aspecto de la civilización Maya", Miguel Rivera Dorado. Miraguano Ed. Madrid, 2004.
Canción: "Lamento boliviano" de Enanitos Verdes.





   Antes que comiences a leer este blog, he de advertirte: si has llegado hasta aquí es porque crees en la magia, en las señales del destino, en caminos que se cruzan, en aquello que fuimos y en aquello a lo que queremos volver, en causalidades, en los límites que se superan, en hadas, brujas y hechiceras.

Por favor no busques en este blog una guía al uso sobre qué hacer o cómo llegar de tu viaje, no quieras ver desgranado cada pueblo, cada ciudad, cada ruina que visité, cada lugar donde me alojé o cada autobús en que viajé. Dentro de cinco, diez, veinte años no habrá ni rastro de ellos.
En cambio lo que sí perdurará serán mis sentimientos, mis emociones y vivencias. Te voy a contar qué he sentido, qué tengo grabado a fuego en el alma, qué conversaciones me calaron y qué lugares me dejaron huella. Esos recuerdos son los que no cambian con el tiempo, los que no se borran ni desaparecen.

Si estás conforme con mi visión, por favor te invito a que me acompañes en esta aventura y comiences a leer lo que con cariño cuento a continuación. Sino es así y buscas una guía detallada de hospedajes, transportes y precios de visitas, me temo que tendrás que seguir buscando. Eso sí, te recomiendo que no busques mucho, y en lugar de eso vivas tu propia experiencia.
Quédate en sitios buenos y horribles, paga más y menos, viaja a pie, en autobús, con desconocidos y con amigos. Pero sobre todo, vive la experiencia tú, que no te digan lo que hacer. Que no te la cuenten. Experimenta. Disfruta el momento. Vive.



QUINTANA ROO
- Cancún, El Rey, Tulum, Cobá -


   Jamás voy a olvidar ese momento en que bajo del avión y piso Cancún por primera vez. Son las siete de la tarde, llevo 16 horas de viaje desde que salgo de casa en Jerez, y me reciben una bofetada de calor y humedad tales que siento desfallecer. Me fumo un cigarro, miro, espero y espero hasta poder conseguir medio de transporte hasta mi primer hostal. El autobús es fresco, tiene aire acondicionado (cosa nada frecuente por estos lares) y parece que me recompongo un poco. Alzo la vista y comienzo a ver el milagro de país en el que me encuentro: una espesa y salvaje jungla tropical se quiere comer la carretera por la que paso, pero en vez de eso, se conforma con besar dulcemente sus orillas. Siempre hablé del particular e insuperable verde de la vegetación Noruega... creo que alguien acaba de proclamarse nuevo ganador.

Poco después atenderé al segundo milagro del día. A pesar del cansancio y que ya es de noche, no puedo resistirme y salgo a pasear, me voy derecha a la playa. Tengo que ver el Mar Caribe y tengo que hacerlo ya, aunque esté oscuro, aunque más que verlo tan sólo pueda sentirlo en aquella noche húmeda y calurosa como el infierno, aquella noche donde mis pies resbalan por una arena que más que arena es harina, en una noche donde le escucho, le siento rugir, y a cambio de su turquesa, las estrellas me saludan y me dicen que mañana Tritón me recibirá en su reino de espuma. Que no me preocupe, que ellas velan esta noche por mí.

La noche pasa, yo me revuelvo en la cama, despierta, cubierta de emoción, ilusión y sudor. Me levanto y comienzan las decisiones: ¿me voy a la playa o voy a ver ruinas? La lógica cae como una loza, y en menos de media hora estoy rumbo a El Rey, mis primeras ruinas Mayas. Son pequeñitas pero mágicas, están en mitad del manglar, custodiadas por simpáticas iguanas tumbadas al sol. Paseo sola entre sus muros caídos y bajo un sol abrasador que me araña la piel... tras ello decido que ya ha llegado el momento de cruzar la carretera y saludar al paisaje que un día fue refugio de piratas, de leyendas y de historias perdidas, mensajes embotellados y náufragos abandonados a su propia suerte. 

Creo que la frase que estoy a punto de escribir va a ser una constante en este viaje, pero es lo único que acierto a teclear ante aquel espectáculo: no tengo palabras para describir el color que tiene el Mar Caribe. Es turquesa, es azul, es transparente, es un color de cielo, un color de sal. Es una mirada del norte, un susurro tropical, un aguacero en la noche, un batir de alas de mariposa. Es la calidez, la dulzura, es un abrazo bajo la lluvia de verano, es un atardecer sangrante, es una bolsa con coco y papaya debajo de una palapa. Es, el paraíso. 


   Uno de los problemas que he encontrado en este país, y esta opinión es extensible a todos supongo, es la saturación de turistas que encuentras en algunos lugares. Un taxista me dijo una vez "es que vosotros los europeos siempre decís lo mismo, que no os llevemos a sitios turísticos, que os llevemos a lo diferente, a lo inexplorado. Y eso no es fácil". Al señor no le faltaba razón, pero supongo que me tengo que meter en ese saco sibarita y un poco maloliente. Creo que un lugar pierde la magia cuando en vez de piedras, pájaros y la brisa del mar, te ves rodeada por una marea de cámaras de fotos, palo-selfies, niños llorando y padres gritando, helados que se derriten y te caen en los pies, guías que te meten los folletos de sus tours por la cara, chanclas que te pisan los talones... prefiero ir a un lugar menos importante históricamente, o que tenga una foto menos bonita en la postal, pero al que pueda acceder sin tener que esquivar todos éstos obstáculos. 

Tulum es uno de esos lugares atestados de turistas, no por su importancia histórica sino porque fue una más o menos importante ruta comercial que medio obligó a construir sus edificios con una vista privilegiada a prueba de invasores, sobre un acantilado con el Mar Caribe de fondo. La foto y las vistas son algo increíble. Los turistas y sus payasadas son más increíbles aún. ¿Ventaja? Encontrar una zona de acampada desconocida, a la orilla del mar, refugiada de miradas telescópicas gracias al manglar. Una hamaca, el turquesa apagado del mar al atardecer y la brisa meciéndote mientras observas cómo se enciende el cielo con Tulum (esta vez vacío) en el horizonte. Esta es para mí la mejor manera de sentir y saborear Tulum. Levantarte con el sonido de mil bichos y descalza, con los ojos aún medio cerrados, andar hasta la playa y comenzar a caminar, a acercarte a las ruinas. Darte un baño en aquel renacido y cálido turquesa, pararte a sentir la sal en tu cuerpo, seguir caminando... 

   Tras un par de días con una rutina de hamacas, cheladas y sal, pongo rumbo a la que va a ser una de las ruinas más impresionantes y sorprendentemente desconocidas de Quintana Roo: la majestuosa Cobá me deja sin aliento en una tarde de lluvia donde la tierra exhuma vapor y belleza a partes iguales, donde la selva se levanta sus faldas para enseñar una liga con forma de jeroglíficos, estelas, serpientes emplumadas, jaguares y rituales, escenarios donde conviven lo mundano y lo sagrado.

Una pirámide desnuda con una cuerda como único salvavidas, unos sacbes o caminos trazados por los Mayas centenares de años atrás, la selva amable y salvaje guardando mi caminar por entre estos mágicos senderos. Y la primera lágrima, la emoción contenida al toparme de frente con el Templo de las Pinturas, tantas veces estudiado, contemplado a través de una diapositiva en la oscuridad del aula y admirado tras las historias atrapadas en los libros de Arte. Por fin estaba ante él. Mi sueño se estaba, después de un año, haciendo realidad. Una realidad tangible que podía palpar en cada paso mientras escalaba sus piedras apoyándome con la punta de los dedos.


Después de un duro y emocionante año, finalmente comienzo a bailar entre ruinas.



YUCATÁN
- Valladolid, Zací, Chichén Itzá, Ek Balam, X'canche, Mérida, Oxkintok, Uxmal -


   La península de Yucatán es el motivo principal en mi decisión de venir a México. Las ruinas Mayas presentes en estas tierras hacen que tengan un atractivo especial para mí. Hay lugares inmensos como Chichén Itzá o Uxmal que sin duda me impresionaron. Capitales antiguas que aún hoy rezuman ese poder y ese encanto propios de una de las civilizaciones antiguas más avanzadas, cultas y prósperas de todos los tiempos. El Altar de las Calaveras, el Templo del Adivino... infinidad de iconos que hacen que mis días pasen y mis recuerdos persistan para siempre. Subo pirámides, atravieso junglas, contemplo estelas, me encuentro a mi misma boquiabierta en medio de los Juegos de Pelota. Las horas y los días vuelan con mis propias alas.


Pero no son estas monstruosas metrópolis las que hacen que mi corazón se acelere y mi respiración se entrecorte, no. Es un lugar pequeño, injustamente desconocido y apartado el que hace que mi alma dé brincos de emoción: después de tantos años escuchando hablar de ella, por fin llega el día de conocer la enigmática Oxkintok.

Hace 30 años, en 1986, mi profesor de Cultura Maya Miguel Rivera Dorado, dirigía las excavaciones en este lugar. Tras cinco años de arduo trabajo, el Gobierno Mexicano de pronto abandonó el proyecto y hasta la fecha nadie lo ha vuelto a retomar.
Me ha sido muy complicado llegar hasta aquí, porque nadie conoce el lugar y el acceso es digno de Indiana Jones. Al llegar me pongo a hablar con el señor que guarda esto, y resulta que conoció a mi profesor en aquella época. Fue entonces cuando me preguntó si Miguel nos dijo por qué se abandonó la excavación. El lugar tiene unos 14 kilómetros de extensión, y es uno de los más antiguos del mundo Maya. Se han encontrado estelas, jeroglíficos, máscaras de jade y conchas de tortugas provenientes del Pacífico. Se cree que esta ciudad alcanzó su esplendor en el año 300, mientras que Chichén Itzá y Uxmal fueron muy posteriores, de en torno al año 800. ¿Por qué entonces no dan a conocer este lugar? ¿Por qué no invierten en él? ¿Por qué rompieron el contrato y las excavaciones tras cinco años y muy buenos resultados?
Parece ser que lo que mi profesor y su equipo encontraron aquí haría temblar los cimientos de la historia Maya tal y como la conocemos, haciendo tener que readaptar todos los sitios arqueológicos importantes como Chichén Itzá o Uxmal. Eso conllevaría demasiado trabajo (y dinero), así que han tomado el camino fácil: hacer como si Oxkintok no existiera y seguir con sus gallinas de los huevos de oro intactas, aunque esto conlleve mentir a todos y desvirtuar la historia de esta fascinante civilización.



Los días pasan y yo sigo descubriendo lugares mágicos y solitarios como Ek Balam, y conociendo personas que te abren su corazón, te muestran sus sueños, inquietudes, y te enseñan que no todo es lo que parece. Me reafirman que el destino es un hecho, y que mi viaje no es tan sólo hacer kilómetros sino que también es un viaje interior hacia mí misma. 

La tradición Maya cuenta que los Cenotes (piscinas naturales subterráneas formadas exclusivamente en la península de Yucatán debido al suelo calcáreo que posee la misma, el cual absorbe el agua de lluvia almacenándola en el subsuelo para así crear con el paso de los años estas cuevas inundadas) eran las puertas al inframundo o Xibalbá, un lugar sagrado, centro de rituales y vórtice entre dos mundos, el de los humanos y el de los muertos. Esto es lo que me hace querer conocerlos. 

El primero que visito es el Cenote Zací en Valladolid. Llego a media tarde con mi bañador, mis chanclas y mi toalla dispuesta a darme un chapuzón, pero cual es mi sorpresa al descubrir dos cosas: una que me encuentro sola en el medio de aquel inmenso agujero. Dos, que el cenote está repleto de peces que no sólo no huyen al meter el pie sino que encima se acercan a curiosear. No puedo hacerlo, me da angustia, me siento pequeña y sola en medio de aquel escenario tan bello pero tan desconocido a la vez. Además la profundidad del cenote es de más de 40 metros. De pronto y después de media hora dando vueltas, me paro y pienso "Miriam, estás en México, tienes un cenote para ti sola ¿y no te vas a meter? ¿Cuántas oportunidades crees que vas a tener de experimentar algo así? Has venido hasta aquí para salir de tu zona de confort, así que no seas quejica y salta". Me quité el vestido, dejé el bolso, las chanclas, y salté. Y ha sido una de las mejores sensaciones que he podido experimentar hasta ahora. Era libertad, era paz, era un corazón que late a mil por hora, era unos ojos abiertos de par en par, era aquel espectáculo tan sólo para mí y mi soledad. Era atravesar las puertas de este mundo, era sentirme en comunión con aquellos antiguos pensamientos Mayas, que ahora y dentro de aquel cenote, nadando tan rápido como me daban las piernas, eran también los míos. 



Estos días aprendo que la Magia de la Selva puede destruirte o darte alas. Puede atacarte de muchas formas, puede intimidarte e incluso paralizarte, pero con ese mismo poder puede darte fuerza, llenarte de luz y elevar tu espíritu. Has de entrar en ella con respeto y humildad, y ella será quién decida si te deja pasar o no. En ningún caso dependerá de lo que tú quieras, sino de lo que quiera ella. Si accede y se muestra amable contigo, estarás de suerte. Prepárate para vivir una experiencia única, puesto que la Selva es la madre que enseña, cuida, protege y te hace sentir en comunión con tu propia naturaleza. 


Nútrete y aprende.   



CAMPECHE
- Campeche, Edzná -



   Campeche es, sin dudas, uno de los rincones más desconocidos de México. Cada vez que mencionaba este lugar la gente me contestaba con un gesto torcido diciendo que aquí no había nada. Quizás no haya aguas cálidas y cristalinas, quizás no tenga una selva tropical ni sea el epicentro del mundo Maya, pero sin embargo Campeche tiene su encantos ocultos. Debido a su posición marítima, fue en su día sitio de reunión para comerciantes que entraban por ahí a toda meso américa, pero además (y aquí viene lo que me cautivó) era uno de los lugares favoritos de los piratas. Todos conocemos a los piratas caribeños, a los ingleses Barba Roja y Barba Negra, incluso a Jack Sparrow cómo no... pero, ¿cuántos conocemos a los piratas que atacaban al pueblo campechano? Servidora no tenía la más remota idea de este refugio de malhechores marítimos.

De día la ciudad no es más que un pueblito colonial con coloridas casas y un largo paseo junto al mar. Pero al caer la noche y bajo el manto anónimo que proporciona la oscuridad mezclada con el cobre apagado de las farolas, vemos al fin cómo Campeche muestra su cara más bandida. No es que sea un lugar peligroso, sino que ahora vemos sus calles teñidas y disfrazadas, tal como el ojo pirata las veía cuatrocientos años atrás. Prueba de ello son sus baluartes, sus murallas defensivas, sus faros, campanas y torreones, todo ello situado para intentar detener (en vano) los ataques de aquellos marineros bastardos. 

Ahora es cuando el sol muere y cuando despiertan sonidos de cañones y luz de antorchas que recuerdan las afrentas de campechanos y piratas por el dominio del lugar. Espectáculos de luz y sonido invaden las calles para rememorar aquellos tiempos de oro y ron.




La noche pasa, la pólvora se apaga y con la mañana llegan las primeras lluvias que limpian el aire y despejan el alma. Las ruinas de Edzná son tan desconocidas como el estado que las alberga, pero no por ello son menos mágicas ni bonitas. Me levanto temprano para ir al lugar y tras sortear un mar de verduras, chiles y artesanías de los mercados cercanos, consigo por fin localizar el vehículo que me llevará a mi destino en el día de hoy. Parece que soy la única europea, extranjera, piel blanca (llámalo como quieras) que danza por estos lares. Finalmente llego a las ruinas y descubro gratamente que soy la primera - y la única - en hacerlo en esta mañana nublada y lluviosa, cargada de humedad hasta límites incómodos. La hierba mojada cala mis zapatos y el bajo de mis pantalones, pero yo sigo caminando, perdida una vez más entre ruinas. Subo, bajo, salto, toco palmas para probar la acústica, me siento y oteo el horizonte. Mis pulmones se llenan de aire puro con sabor a tradición.

Un enorme juego de pelota, una majestuosa pirámide y templos dedicados a los astros del firmamento componen el telón de fondo de mi particular escenario en el día de hoy. 
Respiro. Sonrío. Me hago fotos.




CHIAPAS
- Palenque, Comunidad Ha Omek Ka (Tzajala), San Cristóbal de las Casas - 


   Antes dije que el verde que encontré en Cancún era el más hermoso que jamás había visto, pero ahora he de rectificar mis propias palabras: Chiapas es un paraíso aún más verde, perdido entre una espesa y húmeda selva llena de sonidos. Además, justo este mes es temporada baja debido a las lluvias y a los huracanes, por lo que la mayoría de los sitios que visito están casi vacíos para mí. Esta primera noche en Palenque llueve y truena como si el Dios Chaac realmente estuviera de fiesta. Luces destelleantes que se siguen de estruendos fortísimos hacen de telón de fondo para mi llegada. Las calles se inundan, los locales cierran, la lluvia golpea los cristales de mi habitación y las ventanas se quejan ante tanta bravura. A la mañana siguiente todo está en calma...

Cojo el autobús local que me lleva directo a las ruinas, con dos mayas artesanas como únicas compañeras de viaje. Una vez allí y tras pasar una marea de personas ofreciendo sus servicios como guías turísticos, por fin alcanzo a ver el primer templo. Miro a mi alrededor y veo que todas las estructuras, a pesar de estar bien conservadas, están al mismo tiempo arropadas por una vegetación salvaje pero amable, que las abraza y las protege haciéndolas aún más bellas. Al fondo descubro el famoso Templo del Rey Pakal II, una de las pocas tumbas y momias que se han encontrado de la realeza Maya. Pero justo a su lado hay otro templo, cubierto por una palapa y esta vez sin cartel de prohibido pasar (con lo que me estoy aficionando a obviar esos carteles). Casi corriendo empiezo a subir dicho templo, me agacho para entrar en él y descubro un pasillo angosto y muy húmedo, con gotas de agua resbalando por sus paredes. A ambos lados, sendos pasillos igualmente angostos decoran el interior haciéndolo laberíntico y tenebroso a partes iguales. Al fondo, un sarcófago de piedra entreabierto hace que se me pongan los pelos de punta. Me acerco y veo que está completamente teñido de un rojo intenso. Estoy metida en la tumba de La Reina Roja, una señora desconocida pero con suficiente importancia como para ser enterrada justo al lado de Pakal II, poderosa y misteriosa, con un ajuar funerario repleto de jade, obsidiana y otras piedras preciosas. Es sin duda una de las más gratas sorpresas que me da Palenque.


Continúo andando hasta llegar al fin de un camino coronado con un cartel que reza "Sólo personal autorizado". Miro a un lado, a otro... Nadie. De acuerdo, es el momento, ignoro el cartel y continúo andando, ahora por un camino de piedras rodeado nuevamente por la selva, esta vez sin domesticar. Paso por escaleras, túneles, caminos sinuosos, atravieso riachuelos, ruinas aún sin excavar y llego a la segunda sorpresa de Palenque: La Cascada de la Reina. ¿De qué Reina? Pues sigo sin saberlo, pero sin duda esta reina ha tenido que ser alguien poderosa porque la cascada es mágica e impresionante. La atravieso por un puente colgante y sigo caminando, perdida otra vez entre ruinas, hasta salir media hora más tarde al camino principal de vuelta al pueblo. De nuevo comienza a llover, pero mi sonrisa no hay agua que la borre en este día. 



Y con esta sonrisa y estas ropas empapadas, pongo rumbo a Ha Omek Ka, un refugio para almas perdidas que buscan consuelo en la naturaleza y en la paz de la antigua tradición Maya. Al final del camino y tras casi cuatro horas y varios transportes locales llego a Tzajala, donde una familia de chamanes me espera con la cena sobre la mesa. Hoy tenemos hojas de nopal para comer.

Charlamos, les cuento un poco mi intención con este viaje, ellos me dicen que llego en perfecta sincronía, me enseñan mi cabaña y me dejan que descanse del viaje. La noche pasa serena, con una lluvia amable esta vez y el canto del bosque arrullándome. Los primeros rayos de sol me despiertan gentilmente, me asomo a la ventana y veo ahora con más claridad todo el paisaje que me rodea, el cual estaba ausente ante la oscuridad de mi llegada la noche anterior. Bosques, huertos, un maizal y un río. Y nada que me diga que sigo en el siglo XXI. En mi cabeza he viajado bastantes siglos atrás y estoy con los Mayas que reinaban entonces, cuyos templos había recorrido un día antes. 

Salgo de mi cabaña descalza, camino con la hierba mojándome de nuevo los pies, aunque en esta ocasión no me importa lo más mínimo. De hecho ahora lo disfruto como nunca. 
Llego a la casa y están ya todos preparando el desayuno: pan hecho a mano, mermelada casera, plátano cocinado a la leña y té de guayabas que me piden que recoja del árbol de al lado.

Pasamos el día moliendo maíz para las tortillas, haciendo chocolate mediante un ritual maya antiguo cuyo proceso consiste no sólo en tostar el cacao, pelarlo, molerlo y calentarlo con panela, no. Cada etapa de esa elaboración va haciendo mella en ti, te libera las emociones a través del aroma del cacao y te sumerge en tu propio subconsciente mientras amasas el grano ya molido. Entonces eres uno con la semilla de la tierra, eres tú mismo, estás en comunión con todos los seres vivos que te rodean, escuchas el universo latente a tu alrededor.


Las horas vuelan entre verduras y moliendas; también me enseñan el ámbar que ellos mismos recolectan y engarzan en plata, piezas con más de 40 millones de años de antigüedad que la naturaleza se encarga de enseñar a los ojos más avizados como regalo por cuidar sus recursos. 
Me ofrendan un anillo de jade lila para mis manos de fuego. El chamán inquiere que soy una princesa, y pregunta por mi príncipe y por su opinión sobre mi viaje. Yo me encojo de hombros y contesto alegando que no hay príncipe. Él me mira, me sonríe y se calla. Un chamán jamás te dirá una palabra de más, sólo te dirá aquello que realmente necesites saber. El resto has de descubrirlo por tí misma.

La noche siguiente el chamán prepara un Temazcal, el cual acepto entusiasmada. Es una antigua tradición maya que consiste en un baño de vapor intenso en la más absoluta oscuridad, en una habitación angosta, circular, excavada en el suelo. Has de pasar 5 niveles o puertas que representan cada uno de los elementos y en los que el chamán arroja agua con hierbas medicinales sobre unas piedras incandescentes haciendo un efecto sauna pero con una intensidad bastante fuerte. Cantos y rezos chamánicos acompañados de un tambor te ayudan a limpiar no sólo tu cuerpo sino también tus emociones. Entras en un estado meditativo donde te liberas de todo tu dolor tanto físico como emocional a través del sudor. Mueres en aquella sudorosa oscuridad para renacer como un ser nuevo y limpio, con energías renovadas y con el descanso del guerrero que regresa de la victoriosa batalla.


Pero no puedo permanecer ahí para siempre, mi camino ha de continuar y más ahora que gozo de la bendición de los ancestros Mayas de este sagrado lugar. Llega la hora de ponerme en pie, coger mi maleta y seguir caminando. Volver al mundo ¿real?
Llego a San Cristóbal de las Casas para recibir un bofetón de realidad, de turistas, artesanías industriales y comidas pre hechas. Un pueblo demasiado bonito, demasiado perfecto, demasiado fingido. Aquí no sientes la realidad mexicana con sus pros y sus contras, aquí es todo como una fachada, un escenario de teatro con turistas como marionetas. Salgo a cenar, observo dicha obra y regreso a mi cama a descansar y a soñar que sigo moliendo cacao, que sigo sudando mi dolor. 

Mañana vuelo a la tierra sagrada de los Mexicas, donde la señal de Quetzalcoalt se hizo presente en forma de águila con una serpiente en su pico y posada sobre un nopal. 
Ciudad de México me espera y he de coger fuerzas.



CIUDAD DE MÉXICO


   México DF es la cuarta ciudad más poblada de la tierra, con una densidad de población de más de 20 millones de habitantes. Esto es la locura. El clima es más frío, no hay tanta humedad y está situada a 2.250 metros sobre el nivel del mar. Dicen que tu cuerpo necesita unos 3 meses para adaptarse totalmente a un cambio de altura tan grande, es por eso que cada paso que doy me cuesta respirar, y me siento cansada y somnolienta todo el día, debido a la falta de oxígeno. Poco a poco me acostumbro y me adapto, aunque mi cuerpo sigue resentido.

Por delante, diez días llenos de sensaciones, emociones, colores y micheladas.

Las primeras jornadas las paso en casa de una familia mexicana que me acoge y me atiende como si fuera una más de la familia. Realmente me siento muy agradecida con ellos, el mexicano es una persona cálida y que te abre las puertas de su casa como si te conocieran de toda la vida. Las horas pasan entre tacos, conchas, amaranto y chiles en nogada. Paseos por Xochimilco, San Ángel y Coyoacán hacen que la ciudad me parezca amable y tranquila, me siento relajada y a gusto rodeada de vivos colores y gente por todas partes.

Con la nueva semana me traslado al centro coincidiendo con el aniversario del gran terremoto de México, acontecido 31 años atrás. Nada más poner un pie en la Catedral, empiezan a sonar las alarmas, las sirenas, desalojan el edificio, el zócalo se llena de gente, trabajadores, policías y turistas desconcertados como yo. Los días pasan, yo paseo y paseo, me encierro y me pierdo esta vez no entre ruinas sino entre museos, cervezas y canciones a la luz de la luna. Pero ahora no estoy sola sino que me siento arropada por los ciudadanos del mundo, personas diversas cuyos destinos coinciden en cierto momento, en cierto lugar, y se convierten en tu familia por unos días. Lazos fuertes que perdurarán en nuestras memorias. Me gusta ver cómo México se refleja de distinto color según los ojos del que lo observa.

La celeridad de la vida mexicana puede parecer en un principio similar al ritmo británico del que era presa hasta hace un par de meses, pero de pronto volteas la mirada y ves que no se parecen en absoluto. Aquí la gente es cálida, las circunstancias son distintas. Siento como si hubiese vivido toda una vida concentrada en apenas dos semanas. He experimentado tantas emociones otrora perdidas en algún rincón de mi alma, polvorientas y oxidadas...y lo mejor de todo es que me he sentido capaz de afrontarlas, he dejado que me sacudan, que me zarandeen. Me he permitido Sentir sin restricciones. México te da mucho más de lo que a primera vista esperas.


Pero como dicen, "la cabra siempre tira al monte", y yo vuelvo a enfrascarme entre ruinas, esta vez las del Museo Antropológico, las de Teotihuacán, las del Templo Mayor... esta vez son Mexicas y Aztecas los que me regalan un trocito de su historia, fascinante e incomprendida a veces.



Los días pasan, las amistades se consolidan. Rememoras tu pasado mientras lo cuentas y te das cuenta de que aquello en lo que creías tan firmemente se está empezando a tambalear. Tus convicciones más profundas se ahogan en el fondo del vaso de mezcal. Los cimientos y tu tan apreciada independencia no son más que otra coraza disfrazada de libertad, idea que acaba convirtiéndose en otra cadena, quizás más amable, quizás menos dura, pero a la cual estás atada como la que más. De nuevo te ves en los ojos de otras personas, sales de ti misma y aprendes a conocer otros puntos de vista, otros pasados, otras circunstancias... y aprendes. Aprendes que hay colores, tantos como miradas. Aprendes a perder esa rigidez europea, aprendes a confiar de nuevo en la gente, a creer en el destino, a reír bajo la lluvia, a correr tan fuerte como den tus piernas, a vencer miedos y seguir escalando pirámides (cada vez más altas y complicadas), a perderte entre los acordes de una canción, a besar sin prisa, a beber mezcal y a poner muecas. A decir lo que sientes sin miedo a descubrirte.





Y aquí estoy delante de la luz mortecina que da la pantalla del ordenador, reviviendo todo lo acontecido este mes, sonriendo por lo feliz que he sido en este país, por lo a gusto que he estado viviendo su cultura, formando parte de él. Jamás aprendí tanto en tan poco tiempo, jamás sentí tantas emociones a la vez, jamás me conocí como lo estoy haciendo hasta ahora.

He llorado, reído, me he sentido sola, he conocido a gente maravillosa, me han timado, me han abierto las puertas, he escalado, nadado, quemado con el sol, mojado con la lluvia, me he perdido, he creado lazos inquebrantables y amigos para toda la vida, he odiado y he amado. He subido los peldaños que conforman esta escalera de mi vida y (aunque a veces haya tropezado o saltado de dos en dos) he sido capaz de volar.


Ahora entiendo a Dalí cuando dijo aquello sobre México: "este país es más surrealista que mis pinturas". Surrealista y lindo, ¡Viva México cabrones!



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