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viernes, 24 de abril de 2020

Egipto

Por fin cumplo el sueño de mi vida: visitar la tierra de los faraones, bucear por la cultura antigua más importante de todas. Conocer a mi querida Hatshepsut.

Itinerario: Asuán, Philae, Kom Ombo, Edfú, Luxor, Karnak, Dendera, Abydos, Guiza, Dahshur, El Cairo.
Fechas: 26 de junio - 9 de julio de 2020.
Libro recomendado: Hatshepsut: de reina a faraón de Egipto. Francisco J. Martin Valentin, Teresa Bedman. Ed. La esfera de los libros 2009.
Canción: Banda Sonora Original The Mummy (La Momia).






Los que me conocéis sabéis de sobra lo mucho que me apasiona (incluso obsesiona) Egipto desde que era pequeña. He recorrido medio mundo pero Egipto era el viaje pendiente, el sueño por cumplir. He hecho varios intentos de ir a lo largo de mi vida, intentos siempre fallidos. Hasta este año, cuando los astros se alinearon y se dieron las circunstancias idóneas para ir. 

Por primera vez en mi vida vuelvo a casa con un cuaderno en blanco porque no encuentro palabras para describir lo que he visto, lo que he sentido. He sido feliz recorriendo templos, leyendo jeroglíficos, adentrándome en tumbas sombrías, acercándome a conocer por fin a mi amada Hatshepsut. 

Pero nada de esto habría sido posible sin las personas que han estado a mi lado, sudando conmigo, cogiéndome de la mano, regalándome su mejor sonrisa cuando las fuerzas flaqueaban. Soy afortunada de tenerles en mis vidas, de llamarles mis amigos. Y además hemos tenido a los mejores anfitriones, un equipo humano que ha convertido mi sueño en una realidad. Nuestro guía ha sido un sabio acompañante y una maravillosa persona que nos ha revelado los secretos más mágicos de esta maravillosa civilización. 

Aún me late fuerte el corazón al ritmo de la felicidad que proporciona un sueño cumplido. 


*Antes de contaros esta historia, creo importante mencionar el recorrido que hicimos en este viaje: lo normal es que sigas un itinerario que va del norte al sur del país, en sentido contrario al río Nilo, comenzando por El Cairo y terminando en Asuán. Así digamos que recorres el país siguiendo su cronología pues el Imperio Antiguo está en El Cairo, el Nuevo en Luxor y todo lo Ptolemaico cerca de Asuán (a grandes rasgos). 

Pero después de muchos años estudiando e investigando, opté por hacer este recorrido al revés, pues así tiene mucho más sentido para mí. Empezamos en Asuán y vamos de sur a norte, hacia la capital, siguiendo el curso natural del río. Ahí no tienes un orden cronológico, pero sí que ves los templos y sitios arqueológicos “de menos a más”. 

Tu expectación va creciendo, empiezas viendo templitos pequeños Ptolemaicos, y vas poco a poco bajando en un crucero por el Nilo (donde estás prácticamente sólo pues los turistas viajan al revés tuya), encontrándote templos a tu paso cada vez un poquito más grandes, más espectaculares hasta llegar a Luxor, al Valle de los Reyes, a Karnak… y te das cuenta de que las temperaturas se van templando progresivamente. De Luxor sigues acercándote a la capital, visitando Abydos y Dendera, dos sitios desconocidos pero a la altura histórica de lo visto anteriormente. El colofón final llega cuando apareces en Guiza y te das de bruces con las pirámides del Imperio Antiguo. 




ASUÁN 
- Lago Nasser, Philae y ciudad de Asuán - 


Un vuelo directo nos lleva de Madrid a Asuán, la parte más meridional del país, con un poco de retraso haciendo que pongamos pie en Kemet (nombre del antiguo Egipto) bien entrada ya la madrugada. 

Un azote de calor nos sacude a pesar de que el reloj marca ya más de la una de la noche, un viento seco pero que te quema la cara es nuestra primera sensación en Egipto. Sensación que, por otro lado, esperamos. Asuán está rodeada por desierto, no es raro pensar que el calor va a ser importante y aunque soy del sur y estoy acostumbrada a temperaturas altas, esto no tiene comparación. 

Salimos del aeropuerto y a pesar del esfuerzo, obviamente no vemos absolutamente nada que nos indique que por fin estamos en Egipto… una modesta carretera, un par de luces tintineantes por el camino y una velocidad muy propia de los países de oriente próximo. 

Pero la primera sorpresa no se hace esperar demasiado: de pronto llegamos a un muelle pequeño y plagado de mosquitos, allí nos bajan las maletas y nos indican para entrar en una especie de barca de madera, sumergida en la oscura noche y en lo que, segundos más tardes intuimos que es el majestuoso río Nilo con sus negras y nocturnas aguas. 

¡Tenemos que cruzar el Nilo para llegar al hotel, en medio de la noche! No puedo describir lo mágico, silencioso e inolvidable que es ese paseo de diez minutos hasta la otra orilla. Este va a ser un gran viaje, estoy segura de ello. 


Casi 50 grados marcan ya los termómetros a pesar de ser las 6 de la mañana cuando vienen a recogernos del hotel para visitar la presa de Asuán, el Templo de Philae y el obelisco inacabado de Hatshepsut (¡mi Hatshepsut!) Hemos dormido un par de horas y el calor pesa un poquito más aún. 

Volvemos a montarnos de nuevo en el barquito, esta vez pudiendo contemplar el fresco Nilo en todo su esplendor con la luz de la mañana, y cruzamos a la otra orilla donde nos espera una furgonetilla con nuestro guía y un par de turistas* más. 

*Aquí hago otro inciso por el término usado, turista: está muy bien ser un viajero y recorrer el mundo con dos duros y una mochila pero si algo he aprendido a lo largo de estos años es que, nos guste o no, somos turistas, somos entidades bancarias andantes. Jamás podremos andar por estos lugares como lo hace la gente local, siempre vamos a ser “el objetivo”. Se nos caza a la legua y, mal que nos pese, siempre vamos a ser gente extraña, con más o menos educación, pero distinta a ellos en un amplio abanico de sentidos. 

Como decía, en esa singular furgoneta nos esperan los que serán nuestros compañeros de viaje durante gran parte del recorrido. Una madre con sus dos hijos que celebran el fin de la universidad, un señor solitario y trotamundos y Hesham, nuestro guía. Este pequeño grupo, que al principio no nos entusiasmó demasiado (ya sabéis, somos aventureros, exploradores, independientes… - nótese la ironía -) se acabaría convirtiendo en nuestra pequeña y singular familia, nuestro encuentro al final del día, nuestros compañeros, nuestros amigos. 



Con este equipo ponemos rumbo a la presa de Asuán, construida por el gobierno de Egipto en los años 60 del siglo pasado para terminar con las inundaciones del bajo Nilo, conteniendo las aguas del artificial lago Nasser. Esta construcción fue apoyada por varios países, gracias a los cuales se pudo trasladar el templo de Abu Simbel a una montaña artificial, evitando así su inundación. Como agradecimiento, el gobierno egipcio regaló a los países participantes varios templitos ptolemaicos. Es por esto que en Madrid tenemos el Templo de Debod. 

El calor aprieta cuando ni siquiera nuestros relojes marcan las 8 de la mañana, la presa es inmensa y el lago es tranquilo y se expande majestuoso hasta más allá de donde alcanza la vista humana. Un entorno desértico para nuestra primera incursión en la cultura egipcia. 


Tras visitar la presa, ponemos rumbo al primero de los templos que vamos a visitar, el cual nos espera con otra entrada triunfal también en barco, surcando las aguas limpias del Nilo. El templo de Philae está dedicado a la Diosa Isis y según cuenta la leyenda, cuando su marido Osiris fue asesinado por Seth (el hermano de éste) arrojándole en pedazos por todo Egipto, Isis recogió los fragmentos de su esposo, los reconstruyó y devolvió a la vida. Tras esta hazaña se refugió de la cólera de Seth en la Isla de Philae, donde más tarde se levantaría el templo que la venera. 

El Templo de Philae, en la Antigüedad, estaba situado en la isla del mismo nombre, pero con la construcción de la Presa de Asuán, dicha ínsula con esta joya del Antiguo Egipto se vería sumergida, así que el templo fue trasladado minuciosamente, piedra a piedra a su emplazamiento actual, a pocos kilómetros de la presa. 



Al finalizar la visita nos tomamos un té y nos dirigimos a conocer el obelisco inacabado de Hatshepsut. El sol está sobre nuestras cabezas, apenas podemos andar del calor que hace cuando llegamos a la cantera norte de la ciudad de Asuán para ver una obra que, de primeras no es algo maravilloso ni arrebatador, pero que goza de una importancia histórica documental bastante relevante. 

42 metros de altura, 1.200 toneladas de peso y una antigüedad de 3.500 años son la carta de presentación de este obelisco, de lo que pudo haber sido y no fue. Se cree que la reina Hatshepsut de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo lo mandó a construir, pero el destino quiso que nunca llegara a su lugar de culto puesto que una enorme grieta hizo que los artistas lo abandonaran en pleno proceso de creación. Gracias a esa grieta hoy en día podemos ver cómo era el proceso de realización de los obeliscos, cómo lo sacaban de la roca, lo tallaban y trasladaban a su lugar de destino. 


Por la tarde nos quitamos del calor un poco dando un paseo en faluca, el barco tradicional egipcio, por el Nilo. Risas, canciones, música en directo y ciertos vaivenes curiosos, que a veces asustan pero que hacen de esta tarde, de este primer día, una aventura digna de recordar. A continuación vamos al crucero que nos espera varado para pasar la primera noche y poner rumbo a Kom Ombo con las primeras luces del día. 



Nuestro crucero, el NS Acamar, resulta ser el mejor valorado de todo Egipto, es un navío de lujo y cuál es nuestra sorpresa al descubrir que lo tenemos entero para nosotros. En él nos esperan tranquilas jornadas de navegación, baños en la piscina de la cubierta superior sólo para nosotros, atardeceres ocres, dorados, rojizos… y noches en vela contando historias de faraones, filósofos y reyes mientras la amable brisa del Nilo nos refresca nuestras ya oscurecidas mejillas. Sin duda momentos para saborear, para sorber lentamente mientras Kemet nos regala su magia y su cultura. 




KOM OMBO 

Llegamos a Kom Ombo a las cinco de la mañana, lo tenemos de nuevo sólo para nosotros y aún no nos alcanza el sofocante calor del día. 

Este templo ptolemaico situado a las orillas del Nilo, es único debido a su doble diseño, esto es que había accesos, patios, salas, capillas y santuarios duplicados para dos dioses distintos: el dios cocodrilo Sobek y Haroeris o “Horus el viejo”. 


También llama mucho la atención varias paredes del templo, ilustradas con jeroglíficos cuanto menos curiosos: en una de las paredes vemos una lista enorme de elementos quirúrgicos presididos por el dios médico Imhotep, donde asombra ver la similitud del instrumental de la época con el actual. 

En otro de los relieves vemos lo que parece ser uno de los calendarios conocidos más antiguos de la humanidad, con 2.200 años de historia. El calendario egipcio constaba de 360 días y tres estaciones: Ajet (inundación), Peret (invierno o germinación) y Shemu (verano o calor), y se añadían 5 días de fiesta dedicados a los dioses (epagómenos). Cada mes se dividía en semanas de 10 días cada una. 

Para los egipcios era fundamental controlar las crecidas del Nilo, es por esto por lo que pusieron tanto empeño en hacer un calendario organizando dichos momentos del año. Además tiene aún más sentido hacerlo en este templo, puesto que Sobek está considerado como la deidad del Nilo y creador de todo el mundo. Es más, según la tradición egipcia, el río Nilo es el sudor de Sobek. 


Al salir del templo puedes dar un paseo por el Museo del Cocodrilo, lleno de momias de dichos animales y algunas enseñanzas muy interesantes. Hay que tener en cuenta que la luz interior es extremadamente tenue para poder conservar las momias de los cocodrilos lo mejor posible, por lo que a veces es complicado descifrar lo que estás viendo… aunque eso sí, la sombrita se agradece. 

Tras esta visita volvemos al barco a desayunar (es curioso cómo teniendo un barco para nosotros, nos volvemos a sentar cada día en la misma mesa), los camareros nos saludan y ya van conociendo nuestros gustos, lo cual te hace sentir más arropado si cabe. El egipcio en general es agradable y bonachón, excepto cuando tienes que comprarle algo, claro está. 



EDFÚ 

Un pequeño baño en la piscina mientras continuamos surcando las aguas del Nilo, navegamos para llegar a nuestro segundo templo, mucho más aventurero si cabe, el magnífico Templo de Horus en Edfú. 


Llegar al templo de Edfú es una odisea pues no puedes ir ni a pie, ni en coche, ni en autobús. La zona por lo visto se ha vuelto un poco radical, y el único modo de acercarte al templo es en calesa. Sí, has leído bien, en una calesa digamos “generosamente decorada” tirada por un pobre caballo y un señor sin dientes que se vuelve, te mira y toca la bocina insistentemente. 

Tras unos eternos ¿20 minutos? llegamos al templo, atravesamos un avispero de egipcios vendiéndote todo tipo de artilugios mientras Hesham nos dice: “Seguid andando, no miréis ni digáis nada pero sobre todo, no os paréis”. Nosotros seguimos a nuestro guía obedientemente como si de una fila del colegio se tratase para de pronto darte cuenta de que has llegado, que estás en el templo (de nuevo) vacío y esperándote con los brazos abiertos. (Ventajas de coger el crucero al sentido contrario). 


Entre las particularidades de este templo destacan sobre todo sus dimensiones, ya que estamos ante el segundo templo más grande de Egipto después de Karnak, y uno de los mejor conservados. Dedicado al dios halcón Horus, data del periodo helenístico. Una de sus partes más importantes es la representación en sus paredes de escenarios e inscripciones fundamentales para contar el drama sagrado que relacionaron el antiguo conflicto entre Horus y Seth. 

Un patio desierto provoca que nuestro guía comente que, en 15 años, es la primera vez que puede pasar al patio principal y llegar al primer pilono sin estar rodeado de visitantes. 

Volvemos al barco, descansamos, vivimos la interesante experiencia de pasar por una esclusa “al modo egipcio” (es decir, al toque), vemos de nuevo el atardecer y ponemos rumbo a Luxor… no puedo esperar a ver el Valle de los Reyes, mi corazón late deprisa y mis ojos casi se llenan de lágrimas tan solo de pensar que por fin estoy llegando, que después de tantos años voy a pisar el sitio más mágico y maravilloso del mundo. 

Estamos cenando tranquilamente cuando notamos que el barco se para. De un salto me voy corriendo hacia la ventana, abro las cortinas pero a pesar de ser de noche, se intuye: hemos llegado a Luxor, tenemos el templo en frente y la orilla occidental al otro lado del río. Subimos de nuevo a la cubierta principal y efectivamente ahí están, unas pequeñas lucecitas que indican el valle y sus tumbas. 

Mañana voy a conocer las tierras de Hatsheptsut, casi no puedo dormir de los nervios. 



LUXOR 
- Orilla Occidental, Valle de los Reyes y de las Reinas, Medinet Habu, Deir el Bahari, Karnak - 



Como ya viene siendo habitual, nos despertamos ridículamente temprano para adelantarnos un poco al calor y ponemos rumbo al sempiterno Valle de los Reyes. Los antiguos egipcios escogieron esta ubicación en la Orilla Occidental del Nilo en Luxor por su simbolismo, ya que era el lugar por donde se ponía el sol, el ocaso y el paralelismo con el más allá, con el mundo de los muertos. Además, al llegar al valle vemos que la montaña tiene una peculiar forma piramidal, guiño sin duda a las grandes pirámides del Imperio Antiguo. 

Con la entrada puedes elegir las tres tumbas que prefieras visitar, luego para las más conocidas tienes que sacar entrada a parte. Nuestras tres elegidas son: Ramsés IV (KV2), Ramsés IX (KV6) y Ramsés III (KV11). 

Pensamos – erróneamente – que en el interior de las tumbas haría un poco más de fresco que en el exterior pero nada más lejos de la realidad: la ausencia de ventilación unido a la condensación del aire hace de las tumbas un lugar incómodo. Impresionantemente bello, pero incómodo, con una sensación de falta de oxígeno, en parte producida por los ricos interiores decorados con jeroglíficos por todas partes.


Estas tumbas suelen tener una estructura similar: una puerta de entrada humilde, casi imperceptible de hecho, y a unos metros por debajo del nivel de la superficie, un largo pasillo adornado con coloridos jeroglíficos que te cuentan el paso del difunto por el inframundo y una gran sala final con el sarcófago e historias de cómo el faraón en cuestión sorteó las pruebas para llegar al más allá de un modo exitoso. 

Éstas tres tumbas del periodo ramésida corresponden a la dinastía XX del Imperio Nuevo. Hablamos de la franja de años comprendida entre el 1190 al 1070 a.C. cuando aún Kemet gozaba de un esplendor considerable aunque ciertamente podemos ver indicios del declive, sobre todo si la comparamos con la gran dinastía XVIII, época de máximo esplendor egipcio en todos sus sentidos, tanto arquitectónico como territorial, religioso o bélico.


Tras “abrir boca” con estas tres tumbas, pasamos a visitar una de las joyas del valle, la Tumba de Tutankamón (KV62). Aunque este faraón niño no es santo de mi devoción, sí que tengo que admitir la importancia ya no de su tumba, sino del descubrimiento de ésta. 

Realmente creo que la historia a veces es caprichosa, y concede especial relevancia o fama a quién realmente no la tiene si nos ceñimos a los cánones históricos del momento. Tutankamón era un faraón que reinó apenas 4 años, que murió ridículamente joven y que no tuvo mayor consecuencia para la historia de Egipto. ¿Entonces, por qué tanto bombo? Precisamente por eso, por la prontitud de su muerte y por la “poca importancia” del faraón niño, se cree que no tuvieron tiempo de terminar su tumba, por lo que le enterraron en una destinada para un noble o alguien de mucho menor rango que un faraón. Esto es, una tumba pequeña, mal ubicada, fuera de la vista de los llamados “saqueadores de tumbas”; razón por la cual nuestro querido Howard Carter se la encontró intacta en 1922. Hasta ahora es la única tumba descubierta intacta a día de hoy, con tesoros y momia incluidos en su interior. 

Carter entró en ella por primera vez, y casi por accidente, tras más de 3.000 años sin ser abierta. Allí encontró el archiconocido Tesoro de Tutankamón con sus carros, sus joyas, sus vasos canopos, sus inconfundibles sarcófagos, su gran máscara y su momia. Ahora mismo en el Valle de los Reyes puedes encontrar tan sólo la momia de Tutankamón en el interior de la tumba, junto con el sarcófago de piedra. Todo lo demás, la máscara y sus tesoros, están a buen recaudo en el Museo de El Cairo. 


Miras cuidadosamente la momia y ves que efectivamente no es más que un niño, pequeño y frágil. Miras las paredes y están modestamente decoradas en comparación con las de los grandes faraones de su dinastía. Es por esto que mis sentimientos están encontrados al hablar de este faraón: me fascina poder ver una tumba intacta pero a la vez me disgusta que sea el faraón más conocido de todos los tiempos, cuando Egipto tiene indudablemente figuras un millón de veces más interesantes que él. 


Dicho esto, pasamos a Seti I, y sin querer hacer comparaciones, decir que este segundo faraón de la dinastía XIX gobernó unos 15 años (1294 a 1279 a.C.) y fue un faraón guerrero, con grandes conquistas en territorios de Palestina, Siria y Fenicia. Su nombre viene del Dios Seth, el dios de la guerra. Basta decir que su hijo fue el aclamado Ramsés II para hacerse una idea de cuán interesante es este faraón. Su tumba es una de las más maravillosas del valle (y además está recién abierta al público tras su restauración) y su momia, una de las mejor conservadas pero ¿alguien conoce a Seti?


Su tumba, la KV 17, es la más larga y profunda no sólo del Valle de los Reyes sino de toda la necrópolis tebana e incluso de todo Egipto. Tiene 7 corredores y 10 cámaras, todas ellas profusamente decoradas lo cual indica que su construcción debió comenzar al poco de subir Seti I al trono de Egipto. Seti no sólo era guerrero sino que gozaba de un gusto exquisito por la decoración y sus relieves son fácilmente identificables por sus peculiares características. Son finos, elegantes, sin grandes hendiduras y con una delicadeza tanto en narrativa como en forma nunca vistas. Son sutiles, casi etéreos, perfectos para contarnos la historia de su vida, de su religión y de cómo vencer al más allá desde su tumba. 




Pero mi viaje a Egipto está siempre girando inevitablemente sobre – a mi parecer – el faraón más interesante de todos los tiempos, que no es ni mucho menos ni el más famoso, ni el más importante, ni el que más hizo o más vivió… mi “faraón favorito” es una pequeña mujer que tuvo que luchar contra viento y marea para tomar el hueco que le correspondía como gobernante de Egipto. 

Como apunte diré que no me gusta que se esté convirtiendo en una especie de “icono friki” del feminismo pues a mi parecer fue una persona que luchaba por sus derechos, no que enarbolaba la bandera de “tengo más derechos porque soy débil”. Me estoy metiendo por caminos turbios, así que ahí lo dejo, quién quiera entender, que entienda. 

Hablo de la quinta faraón de la dinastía XVIII, hablo de mi querida Hatshepsut


Llevo toda mi vida soñando con este lugar, y por fin estoy en él. Es el templo funerario de Hatshepsut en Deir el Bahari, muy cerca del Valle de los Reyes. De hecho, al final del templo hay un pasadizo que conecta el templo con su tumba, la KV60, que actualmente no está abierta al público. Esperemos poder visitarla la próxima vez que vaya a Egipto (porque habrá una próxima vez sin duda). 

Como decía, Hatshepsut es la faraón más importante (a mi modo de ver) de todo Egipto. Reinó de 1490 a 1468 a.C. y durante esos 22 años su vida estuvo repleta de luchas y enfrentamientos por hacerse un hueco entre los faraones de su dinastía. Nieta, hija, esposa y hermana de faraones, cuando su padre Tutmosis I murió subió al trono su hermano y esposo Tutmosis II el cual, tras un breve reinado, acabó muriendo en plena juventud dejando dos hijos que aún estaban en la primera infancia. Como había pasado en la generación anterior, la gran esposa real Hatshepsut no había traído al mundo un varón sino una niña, por lo que volvió a abrirse una crisis sucesoria. Dado que Tutmosis III (hijo de Tutmosis II y una simple concubina) era muy joven para reinar, Hatshepsut asumió la regencia y pospuso indefinidamente el matrimonio entre el nuevo rey y su hija, la princesa real Neferura, única que podría legitimar su ascenso al poder absoluto. 

Hatshepsut había estado siendo preparada por su padre para sucederle en el trono, prueba de ello es que la nombró su “heredera” pero la conjura palaciega hizo que fuese relegada a ser esposa real de su hermanastro Tutmosis II (hijo de Tutmosis I y una simple concubina). La historia, como siempre, se repite y Hatshepsut no estaba dispuesta a permitirlo porque además, ella tenía todo el poder real y derecho de nacimiento a ser faraón. 

Es por esto que cuando se sintió lo suficientemente fuerte y tuvo los apoyos necesarios, la hasta entonces gran esposa real y esposa del dios, Hatshepsut, en presencia del faraón Tutmosis III, se autoproclamó también faraón de las Dos Tierras y primogénita de Amón, con el beneplácito de los sacerdotes. El golpe de efecto fue magistral, y el inexperto Tutmosis III no pudo hacer otra cosa más que admitir la superioridad de su tía y madrastra. 

Hatshepsut asumió todos los atributos masculinos haciéndose representar a partir de entonces como un hombre y tocándose de barba postiza. Aun así, no se puede ver de ninguna forma a Hatshepsut como una usurpadora, visión que han trasladado a nuestra época algunos autores. Al menos no se vio así en su tiempo, pues de haber sido el caso, Hatshepsut habría eliminado con total facilidad a sus adversarios o se habría producido una guerra civil. Tutmosis III no estuvo encerrado en palacio, como se ha llegado a pensar, ni tampoco Hatshepsut evitó hacer mención alguna a su existencia. La sociedad de entonces asumió sin problemas la nueva situación, y Hatshepsut gozó de uno de los reinados más prósperos de toda la historia egipcia, gracias también al apoyo recibido por parte de los sacerdotes y del arquitecto real, Senenmut, con quién se dice tuvo una relación algo más profunda que la de mero arquitecto. Senenmut fue además el tutor de la princesa Neferura, y en el templo de Deir el Bahari podemos ver un relieve donde se le refiere como “el favorito de la reina”. 

Tras la muerte de Hatshepsut sin embargo sí que hubo represiones, haciendo por todo Egipto la conocida como “damnatio memoriae” es decir, todas las representaciones de Hatshepsut fueron borradas, picadas o destruidas en un intento de eliminarla de la historia. Afortunadamente sin éxito, puesto que su figura ha llegado hasta nosotros, así como su historia e incluso su momia, que veremos en el museo de El Cairo. Si este “castigo” fue infringido por un furioso Tutmosis III o no, es algo que aún no estamos en capacidad de confirmar, aunque sí que parece la opción más viable. 

Maatkara Hatshepsut (este es su nombre de coronación) además, hizo uno de los templos más formidables de todo Egipto, único y peculiar donde los haya. Conocido en aquel entonces como Djeser-Djeseru “el sublime de los sublimes” este monumento se hizo en honor a Amon-Ra, el dios del sol, aludiendo así al origen divino de Hatshepsut. 

Tres terrazas escalonadas de casi 30 metros de altura, cada una de ellas columnada con pilares de caliza cuadrados precedidos por estatuas osiríacas. Dichas terrazas están conectadas por una gran rampa central, antiguamente flanqueada por jardines de plantas exóticas traídas del país de Punt (actual Somalia) donde Hatshepsut realizó varias incursiones y campañas militares. En su interior, dos capillas: una dedicada a Hathor, la diosa vaca a quién Hatshepsut tenía gran afecto, y otra a Anubis, el dios chacal. 

Los relieves del templo cuentan la historia del nacimiento divino de Hatshepsut y la expedición a Punt, pero por desgracia no se pueden leer bien puesto que su figura está siempre borrada y dificulta su lectura. Aun así, están documentados los relatos y sabemos con precisión cómo era la historia que contaban. 


Pero aparte de toda la historia, vida y milagros de esta buena señora, quiero contaros qué se siente estando allí. Los hechos históricos son fundamentales pero lo que sientes cuando subes aquella escalinata multiplica por mil la magia de esta mujer. A cada paso sientes que este fue un lugar importante, que tenía un sitio especial en el antiguo Egipto. Cada escalón es un sueño hecho realidad. Y cuando llegas arriba y la ves a ella por todas partes, con esa característica media sonrisa, con su barba… te das la vuelta y ves todo el circo de Deir el Bahari, la llanura que surge ante tus pies, los escalones que empequeñecen según se alejan. El sol me da en la cabeza, siento que se me derrite el cerebro pero no puedo ser más feliz. ¿Me puedo quedar aquí? 


No puedo quedarme, pero a cambio vamos a visitar el otro valle, quizás menos conocido pero con tesoros igualmente grandes. El Valle de las Reinas alberga una de las tumbas más preciosas de todas, y aunque la piedra en esta zona es de menor calidad, no dejamos de maravillarnos con las riquezas que encierra, esto es, la tumba de Nefertari


Primero abrimos boca con la tumba de la reina Titi (QV52) un lugar modesto y vacío para la hija y esposa de Ramsés III, madre de Ramsés IV de la XX dinastía. 

Y tras ella vamos a la joya de la corona, la recién restaurada y abierta al público sólo unos meses antes de venir nosotros aquí, la QV 66 o tumba de Nefertari, la Gran Esposa Real de Ramsés II el Grande. 

Tercer faraón de la XIX dinastía, hijo de Seti I, Ramsés reinó durante 66 años, murió con 90 años y tuvo 152 hijos nacidos de sus grandes esposas reales, esposas secundarias y concubinas. Pero Nefertari siempre fue su favorita, proclamada por el propio Ramsés como “Por la que brilla el Sol”, hermoso título único en la historia egipcia y símbolo del amor del faraón por ella. Tanto era el amor que le profesaba, que mandó construir uno de los templos más impresionantes de todo Egipto, el Templo de Abu Simbel, donde muestra su clara debilidad por ella. No sólo la colmó de honores en vida, sino que se aseguró de que fuera conocida por toda la eternidad. En la mayoría de las estatuas de Ramsés aparece ella a su lado (más pequeñita), y lo que es más importante, tuvo el inmenso honor de ser deificada en vida, algo impropio de una gran esposa real. 

Con esta idea en mente entramos en su tumba, la mejor decorada de todo Egipto – según mi opinión – y con unos colores frescos, palpitantes e impresionantes que realmente conmocionan. Los trazos son seguros, las imágenes perfectas y los dioses parecen salir de los muros para dejar patente que protegen a una gran reina, que guardan a la esposa de un gran faraón. 

Se accede a ella por una curiosa entrada formada por una rampa que conduce a un vestíbulo. Un segundo corredor, también con rampa, a cuyos lados descienden dos escaleras, nos lleva a la Cámara del Sarcófago desde donde se abren otras pequeñas cámaras más. La disposición es muy similar a la tumba QV80, que perteneció a Tuya, madre de Ramsés II. Goza de espléndidos y refinados dibujos sobre sus muros, elaborados por un artesano muy hábil que supo recoger fielmente la belleza de su reina, por lo que no podemos dejar de pensar que Ramsés II no pudo construir una tumba más bella para aquella que amó tanto. 


Pero si hay un aspecto curioso sobre esta tumba es cuando te das cuenta de que su marido Ramsés II, el que tanto amor profesaba por ella, no aparece en ningún momento de la decoración de la tumba de su esposa. Las paredes vivamente decoradas con escenas del libro de los muertos, las apariciones de Nefertari rodeada con los dioses principales, incluso los retratos fidedignos de la reina con pendientes de plata (probablemente regalo de Grecia, quedando así probada la fama universal de la reina) … pero ni rastro de Ramsés II. 


Para finalizar esta intensa jornada, nos acercamos a saludar a los Colosos de Memnon y llegamos hasta el templo fortaleza de Medinet Habu. Un templo diferente, masculino incluso me atrevería a decir. Una vez más, estamos solos disfrutando de él. 


Tras una rápida visita – nos hemos quedado sin tiempo – cogemos un barco que nos espera para pasarnos de nuevo a la otra orilla. Por la tarde y una vez recuperadas las fuerzas, vamos a ver el Gran Templo de Luxor. 


Decidimos visitar el Templo de Luxor al atardecer, así descansamos un poco del sol justiciero y podemos pasear más a gusto por entre sus columnas. Sin duda una fantástica decisión. Además, ver este templo iluminado de noche es simplemente sensacional. 


Construido bajo las dinastías XVIII y XIX, consagrado al dios Amón, el templo principal de la antigua Tebas es sin duda una de las mayores atracciones – y maravillas – de Egipto. 

El sol va cayendo sobre las columnas que empiezan a iluminarse, todo se vuelve naranja y el primer gran pilono, con el obelisco y las estatuas de Ramsés II, te da las buenas tardes y te invita a pasar. 

La gran sala hipóstila con sus columnas papiriformes, las capillas para la triada tebana (Amón, Mut y Jonsu) abiertas al patio solar, la naos, el santuario de la barca, la sala de ofrendas… siento que me muevo dentro de la diapositiva con el plano del templo que nos ponían en la clase de Arte Egipcio en la universidad. Hace una temperatura espléndida y yo sólo quiero abrazarme a una de las columnas papiriformes y respirar con ella la arena del desierto pero un guardia y su metralleta me miran mal, así que opto por sencillamente hacerme una foto. 


Danzamos, reímos y en definitiva nos alegramos de estar ahí pero sobre todo de haberlo hecho al caer el sol y poder pasear tranquilos sin la presión de tener 50 grados sobre tu cabeza. Se está realmente bien, el lugar transmite en cierto modo paz, y respeto. Una sensación de bienestar, de alineamiento contigo mismo; es como si saborearas el momento y de pronto notaras que todo está bien, que somos afortunados. Con esta sensación salimos del templo siendo ya completamente de noche y nos sentamos en un pequeño banco a contemplar el increíble pilono de entrada, con Ramsés II sentadito en frente de nosotros. 

Pero de pronto miramos para atrás y vemos que la avenida de los carneros luce brillante, llena de destellos que iluminan el antiguo camino procesional a Karnak. Porque Luxor en el fondo no es más (ni menos) que el complemento meridional del gran templo de Amón en Karnak. Situados a poco más de dos kilómetros el uno del otro, los dos templos estaban unidos por un dromos flanqueado con setecientas esfinges con cabeza de carnero, y con capillas donde paraban las barcas de la triada tebana durante su salida ceremonial en la gran fiesta de Opet. 

El dromos constituía para los antiguos egipcios la articulación principal de la ciudad que la atravesaba de norte a sur, dividiéndola en un barrio occidental que bordeaba el Nilo dónde se encontraba el puerto (y nuestro crucero), los barrios populares y el de los artesanos, y un barrio oriental probablemente más residencial que se extendía entre los grandes templos. 



Durante la gran fiesta de Opet, el dios dejaba su residencia en Karnak en compañía de su esposa Mut y su hijo Jonsu, el dios lunar, para ir vía fluvial a Luxor. Allí, el dios alcanzaba su aspecto fértil, como Amón-Min. Una vez finalizada la fiesta que duraba once días originalmente, la familia divina volvía siempre a Karnak, esta vez por el gran dromos. La ceremonia estaba encabezada por el faraón, que presidía también el ciclo de renovación eterno simbolizado por la llegada de la crecida del Nilo. 

Queremos saltar y recorrer la gran avenida, pero decidimos mantener la calma y estarnos mejor quietecitas. Total, mañana vamos a Karnak, y podremos ver la avenida desde el otro lado. Volvemos al barco (seguimos durmiendo ahí anclados una noche más) y desde la cubierta superior podemos seguir admirando el templo de Luxor, con sus lucecitas naranjas y sus carneros en línea. 


A la mañana siguiente dejamos el barco y vamos hacia el hotel a dejar las maletas y poner rumbo a Karnak. El hotel parece sacado de las películas, con un aspecto victoriano antiguo pero luminoso, con terciopelo y madera, y candelabros y flores en los cristales. Es como una especia de modernismo egipcio, refinado y elegante para ellos, y desconcertantemente hermoso para nosotros. 



Karnak es inabarcable. Cuando entras, te ves sobrepasado por un laberinto de columnas, capillas y patios sin saber muy bien por dónde empezar. Karnak significa “ciudad fortificada” y los antiguos egipcios la conocían como Ipet sut “el lugar más venerado”. El templo principal está dedicado al dios Amón, pero también se veneraba a otras divinidades como la triada tebana, Montu o Ptah. 


Construido entre los años 2.200 y 360 a.C. fueron numerosos los faraones que aportaron sus construcciones, como Hatshepsut, Seti I, Ramsés II y Ramsés III. Karnak está considerado el templo más grande de Egipto con un recinto de 2.400 metros de perímetro y rodeado por una muralla de adobe de 8 metros de grosor. 

El conjunto consta de tres centros separados. El más grande es el santuario de Amón, que está en el centro y ocupa una extensión de 30 hectáreas, siendo además el templo más antiguo de Tebas y el mejor conservado. A la izquierda vemos el santuario de Montu, el dios de la guerra, con dos hectáreas y media. Al otro lado está el santuario de la diosa Mut, esposa de Amón. 


Pero lo más espectacular del conjunto es sin duda la sala hipóstila, con más de 5.000 metros cuadrados y 134 columnas de 23 metros de altura cuya decoración revela el nombre de las divinidades a las que la figura del faraón consagraba ofrendas. Los capiteles tienen forma de papiros abiertos y una circunferencia de casi 15 metros. 

Hay que destacar también el lago sagrado de 120 metros de largo en el que los sacerdotes cumplían sus ritos nocturnos. Y por último pero no menos importante, podemos ver el obelisco de Hatshepsut, junto al de su padre Tutmosis I. El de Hatshepsut se construyó en el 1.457 a.C. durante la XVIII dinastía, es el segundo más grande de todos los antiguos obeliscos egipcios y está formado por una sola pieza de granito rosa con 28,58 metros de altura y un peso de 343 toneladas. Los obeliscos eran un homenaje al dios sol, y simbolizaban estabilidad y permanencia. 


Esta vez tenemos todo el día para pasear por el conjunto, ver cada una de sus capillas e incluso el sendero que muere en Luxor, tal y como intuíamos anoche. Incluso tenemos tiempo de apoyar la cámara sobre una columna de la gran sala hipóstila y hacernos fotos. Porque también es bueno y sano hacer el tonto, ¿verdad? 


Finalizamos el día, y nuestra visita a Luxor, viendo una de las mejores puestas de sol que he contemplado en toda mi vida. Sobre el Nilo en una plataforma, con nuestro ya amigo Ra ocultándose tras el Valle de los Reyes tiñéndolo todo de un naranja tan intenso que parece de mentira. Una leve brisa calmada nos da las buenas noches y nos desea dulces sueños. 




ABYDOS Y DENDERA 

Hoy tenemos un día curioso por delante, cuanto menos. Una excursión de más de tres horas en todoterreno atravesando el desierto nos lleva a descubrir dos de los centros más importantes – y desconocidos – del antiguo Egipto. Son los templos de Seti I en Abydos y de Hathor en Dendera. 

Controles militares, una incómoda calma y escolta del ejército son los ingredientes necesarios para situarte en el Egipto auténtico, el que se sale de las rutas turísticas establecidas y que, casi siempre, son las que más merecen la pena. Tras un viaje diferente, llegamos a nuestro primer destino: el Templo funerario de Seti I en Abydos


El Gran Templo de Abydos es un templo-cenotafio construido por Seti I y terminado por su hijo Ramsés II. Completado por el cercano Osireion, el templo es un enorme ofrecimiento votivo para atraer la benévola atención de Osiris, el dios de la regeneración y soberano del más allá. 

Abydos venía siendo el centro de peregrinación más importante de Egipto desde el periodo predinástico. Ya en el Imperio Medio empezamos a encontrar edificaciones de capillas con estelas votivas dedicadas a Osiris. Durante el periodo Amarna – con Akenatón – el complejo se dejó un poco de lado, por lo que durante la XIX dinastía, Seti I se decidió a recuperar esta arraigada tradición de culto en Abydos. 

El principal propósito de su construcción fue la adoración entre sus paredes de todos los dioses mayores egipcios y los faraones que le precedieron, en una de una gran capilla funeraria. La lista de los 76 faraones de las principales dinastías reconocidas por Seti están grabadas en una pared y es conocida como la “Lista real de Abydos”. En ella se muestra el nombre de los faraones en cartuchos, desde Narmer hasta el propio Seti I. 

El templo está, de nuevo, vacío solo para nosotros. Una vez dentro nos sorprende ver a toda una expedición de restauradores limpiando el techo de una de las capillas centrales. 


Continuamos para llegar a ver la famosa lista real de Seti, y al final del templo vemos que se abre una puerta que da a un gran cenotafio. Hemos encontrado el famoso Osireion. Aquí se pensaba que había sido sepultada la cabeza de Osiris, de ahí su gran importancia en cuanto a culto y peregrinación. 

Osiris tuvo una pelea con su hermano Seth, quien le desmembró y arrojó sus pedazos por todo Egipto. La mujer de Osiris, Isis, fue poco a poco recogiendo los pedazos de su marido para recomponerlo y que volviera a la vida. El martirio de Osiris le sirvió para conquistar el mundo del más allá, convirtiéndose así en juez soberano y supremo de las leyes del Maat. 

Los peregrinos venían a Abydos en busca de la reliquia de Osiris, y en busca de la eternidad que sólo este dios era capaz de otorgar. Nosotros tenemos que conformarnos con ver el Osireion desde fuera, pues está cerrado al paso por unas inundaciones internas. 

Es un templo diferente que provoca una sensación de escalofrío extraña, y más cuando te enfrentas a él en la más absoluta de las soledades. 


De aquí y tras otro paseíto “aventurero” de otro par de horas, llegamos al Templo de Hathor en Dendera, un lugar mucho más amable, pues la diosa vaca nos espera con las paredes de su templo llenas de color. 


Estamos ante uno de los templos mejor conservados de todo el antiguo Egipto. Conserva la terraza superior, la cripta, y una serie de relieves bastante interesantes, fruto de conspiraciones y ovnis. Porque, ¿quién ha pisado Egipto sin acordarse de las teorías extraterrestres? 


¿Veis el avión? ¿Y el helicóptero? 

Pero una de las cosas que más impactan cuando llegas a Dendera, es la intensidad de los colores que aún reflejan sus paredes: azules turquesas, verdes, ocres… una paleta que cualquiera diría tiene más de 2.400 años. 

Este templo, como decíamos, está consagrado a Hathor, la diosa vaca símbolo del amor y la fertilidad. Es una diosa amable, simpática y tranquila. Su templo da buena muestra de ello. En la sala columnada de la entrada vemos los singulares capiteles hathóricos, es decir con forma de la cabeza de la diosa. Junto a estos capiteles vemos ya uno de los misterios mencionados anteriormente: el friso del helicóptero. 

Avanzamos por varias salas y nos encontramos con una rampa escalonada que da acceso a la terraza superior del templo, una de las pocas que se conservan, por no decir la única. Sobre la cubierta hay una capilla con el también famoso Zodiaco de Dendera, un conocido relieve circular, poco habitual dentro de la cultura egipcia. 


Volviendo a la planta principal, vemos unas escaleras que van a dar a una especie de trampilla en el suelo, que se abre y puedes meterte en ella y bajar a la cripta. La sensación es un poco claustrofóbica pero puede más el sentido de aventura que lo oscuro y angosto del espacio. Bajamos retorciéndonos como podemos y encontramos otro de los misterios del templo: Las lámparas de Dendera. Son unos relieves que representan unas figuras que sostienen lo que parece recordarnos al aspecto actual de una bombilla, de ahí el nombre. Pero cerca de este pasillo vemos algo todavía más espectacular, como es un relieve de Horus hecho de alabastro con un grado de detallismo que realmente cuesta creer que pudieran hacerlo ahí metidos, rodeados de oscuridad y con poco aire. 

Por último, en uno de los laterales, tenemos un pequeño templete dedicado también a Hathor, con el techo gobernado por la diosa Nut. Un lugar pequeñito pero entrañable, cuidado y coqueto. 

Me fascina este lugar, jamás pensé que me fuera a gustar tanto. Es un sitio encantado además de hermoso, donde te sientes tranquila y rodeada de maravillas. Recomendación absoluta, sin duda ha merecido la pena venir desde tan lejos y con tanta dificultad por ver esta preciosidad. 


Una vez fuera, vemos que hay un lago sagrado, unos capiteles con el simpático y regordete dios Bes, y un par de relieves interesantes con elefantes representados – lo cual no era para nada común – y con una de las pocas representaciones reales de la reina Cleopatra VII (sí, la famosa). 

Volvemos al todoterreno con una sonrisa muy grande dibujada en la cara. Tan sólo nos faltan las orejas de vaca para ser como nuestra amiga Hathor. Llegamos a Luxor y nos preparamos para pasar la última noche frente al Valle de los Reyes… mañana partimos hacia El Cairo. 



EL CAIRO 
– Guiza, Menfis, Saqqara, Dahshur, El Cairo – 


Llegamos a El Cairo una vez entrada la noche y escoltados por unos camellos sobre camiones en la carretera de entrada a la ciudad. Un atasco infernal nos hace demorarnos un poco más de lo previsto. Nos alojamos en Guiza, en un hotel que mira a las pirámides pero todavía no sabemos hasta qué punto. Resulta ser un hotel lleno de vida, y de bodas nocturnas con canciones a golpe de tambor en la recepción del hotel. El caso es que, de camino al hotel, de pronto vemos como una especie de montaña gigante que te mira en la oscuridad. No somos conscientes de sus dimensiones, pero suponemos que son las pirámides de Guiza. 

A la mañana siguiente nos levantamos y efectivamente ahí están, en frente de nuestras narices. Jamás he visto una cosa tan imponente, tan majestuosa, tan grande y tan antigua. Creo que en este viaje estoy teniendo los mejores atardeceres y amaneceres de mi vida. Al de Luxor hay que sumarle este amanecer, en un día fresco, despejado, y con las pirámides viendo como sorbo una taza de té. No puedo pedir más. 


Como decía al principio de este relato, hemos hecho el camino “al revés” de lo establecido. Creo que ha sido todo un acierto porque, además de tener la mayoría de los templos vacíos solo para nosotros, ponemos el broche final del viaje con las construcciones megalíticas más imponentes no sólo de Egipto sino de todo el mundo conocido. 


Hoy nos espera un día intenso, nos levantamos muy temprano y cruzamos la carretera para ir a La Gran llanura de Guiza, donde las tres pirámides nos esperan. Es increíble pero no hace calor, y eso hace que el equipo esté aún con más entusiasmo. 

Escalamos un poquito la Pirámide de Keops, aunque realmente tienes escalones pequeñitos que se pierden entre los grandes y puedes subir apenas unos metros… pero bueno, no todos los días subes a una pirámide, por poco que sea. 


Visitamos también la barca de Keops junto a la pirámide, un enorme navío de 43,3 metros de eslora que fue enterrado en un foso a los pies de la Gran Pirámide, alrededor del 2.500 a.C. Hecha de madera de cedro, se encontró provista con sus aparejos, remos, cuerdas y cabina, todo ello desmontado en un total de 1.224 piezas. 

Tras dar un par de vueltas más y mirar mucho hacia arriba contemplando las tres barbaridades que tenemos delante, entramos gracias a nuestro guía – y a su amigo que le dejó literalmente las llaves de la pirámide – en la Pirámide de Hetepheres I, madre de Keops y esposa de Snefru, cuyo reinado se dio en torno al 2600 a.C. en la IV dinastía. Ésta es la primera de las tres pirámides pequeñitas que se encuentran detrás de la Gran Pirámide de Keops. Es una tumba sencilla y fácil de apenas 20 metros de profundidad, que nos sirve para probar cómo es esto de entrar en una pirámide. Sentimos que es un entrenamiento para lo que está por venir. 

Generalmente tienes que bajar de espaldas por un tablón de madera con peldaños de acero, está oscuro con apenas unas luces tintineantes cada ciertos metros en el suelo (que te ciegan más que ayudarte), y con una condensación de aire importante. Aun así, es una experiencia increíble que repetiría mil y una veces: esa sensación de estar entrando en las tripas de la pirámide, de una construcción de más de 4.500 años… no puedo decir más que comprobadlo por vosotros mismos en algún momento de vuestra vida. Vale la pena. 


Sinceramente no recuerdo qué foto corresponde a qué pirámide, creo que van como rotulo, pero no me hagáis caso y quedaros con lo importante: por favor, entrad en todas las pirámides que podáis tantas veces como podáis. 

A lo largo de la historia os contaré con más detalle cómo son cada una por dentro. 

Por lo pronto habíamos pasado la fácil, y era hora – antes de que comenzaran a llegar los autobuses de turistas porque ahí ya no nos libramos – de entrar en la Pirámide de Kefrén, el hijo de Keops, la que está en medio de las tres. 

No quiero ser pesada con lo maravilloso que es el interior de una pirámide y aunque austero, sin duda tiene una energía diferente y especial. El interior de Kefrén es angosto, con una galería principal de 37 metros de largo y una pendiente de 26°. Este camino se une con uno en horizontal de 78 cms de alto y 11 cms de largo que muere en la cámara del sarcófago del faraón, que aunque vacío, se sigue conservando en el lugar original. 


Es imposible hacerse una idea de las dimensiones de estas pirámides, pero vamos a intentarlo: Kefrén tiene una altura de 136,4 metros y una base cuadrada de 215,16 metros con un error de sólo 8 cms, es decir un 0,04 %. Hablamos de una construcción del siglo XXVI a.C. que además se alinea con los cuatro puntos cardinales. 

La pirámide tiene su propio conjunto funerario, su templo mortuorio y su archiconocida Esfinge de Guiza, a la que también pasamos a saludar. 



Desde la meseta de Guiza, ponemos rumbo a Saqqara, situada a 17 kms y conocida por ser la necrópolis principal de la antigua ciudad de Menfis desde la dinastía I – ca. 3050 a.C. –. Allí vemos una de las pirámides más importantes de la historia, por encima a mi parecer, de las de Guiza. La Pirámide escalonada de Zoser es, de hecho, la primera pirámide construida a base de superponer mastabas o túmulos hasta inventar esta forma piramidal que luego usaron los grandes faraones del imperio antiguo. El faraón Zoser reinó durante la dinastía III, en torno al 2.650 a.C. y la construcción corrió a cargo del primer arquitecto e ingeniero de nombre conocido de la historia: Imhotep. 


Como decíamos, aquí se forjó la imagen de las futuras pirámides, pues hasta ahora los enterramientos se habían hecho con una mastaba o túmulo simple, quedando una forma como de banco, mucho menos majestuosa que esta prolífera idea de Imhotep de subir la altura poniendo un túmulo sobre otro hasta llegar a siete, como es el caso que nos ocupa. 

Volvemos a estar en pleno desierto y hasta los locales se protegen del calor, cada uno como puede. Actualmente esta pirámide no se puede visitar pues está siendo restaurada tras los altercados sufridos durante la primavera árabe. Tendremos que volver para visitarla de nuevo. 

Lo que sí se puede visitar es todo el complejo ceremonial de Saqqara, con varias capillas y edificios muy simbólicos, pasajes y varias tumbas de nobles ricamente decoradas, para hablar de una época tan temprana en la historia de Egipto. 


De aquí pasamos a la siguiente zona de pirámides, quizás un poco más desconocida – y por tanto, desierta como nos gusta – a unos 40 kms al sur del Cairo pero en la misma dirección que Saqqara. Ahora nos dirigimos a Dahshur, a ver otras dos interesantes construcciones. 


Snefru era el padre de Keops y primer faraón de la dinastía IV – 2.614 a 2.579 a.C. – quién construyó aquí en Dahshur no una, sino dos pirámides, a cuál por cierto mejor conservada. 

La primera fue la Pirámide Acodada y la segunda fue la Pirámide Roja. La primera la vimos por fuera, la segunda entramos a verla, a pesar de la advertencia de Hesham “si tenéis claustrofobia, no os recomiendo que bajéis”. ¿Y qué hacemos nosotros? Los cinco para abajo. 

La Pirámide Acodada se encuentra al sur de Dahshur y es curiosa por la forma tan característica que tiene de recodo en sus paredes, sin ser una línea recta como vimos en las posteriores. Parece que aún estaban inventando cómo hacerlo, y es interesante poder ver el proceso. En el momento que estamos en Egipto, la pirámide está cerrada al público pero cuál es nuestra sorpresa – y fastidio – al ver que justo la han reabierto para visitas la semana siguiente de volver nosotros de allí. 

A un kilómetro al norte de la acodada, tenemos la Pirámide Roja también de Snefru, esta vez construida con sus cuatro paredes totalmente lisas, todo un éxito para la época. Hoy en día la pirámide roja es la tercera pirámide de Egipto por sus dimensiones y la mayor de las situadas en Dahshur. Tiene 104,40 metros de alto por 221,50 metros de ancho. 

Para llegar a la entrada de la pirámide tenemos que subir 28 metros sobre el suelo por una escalera escarpada y a pleno sol (lógicamente). Una vez pasas la puerta, te invade un profundo olor a amoniaco, fruto de la condensación e incluso de los excrementos de los animales mezclado con tantos largos años de existencia de la construcción en sí. Una profunda y agobiante galería de 63 metros y 27° de inclinación te invita a adentrarte en sus tripas. Dicho pasaje termina, entre escalones partidos y una luz apenas inexistente, con otro corredor esta vez horizontal, de 7,60 metros y que conduce a dos antecámaras de piedra caliza con bóvedas escalonadas a dos caras. La segunda cámara es accesible por una escalera de madera, también con techo escalonado y con un olor tan fuerte que tenemos que dar media vuelta casi de inmediato. El fin de la cámara principal se pierde en la oscuridad como si de un precipicio se tratara. 


Damos media vuelta y comenzamos la subida, poco a poco vas viendo más y más luz, comienzas a escuchar voces de fuera, a nuestro guía dándonos ánimos y al salir notas el aire fresco (fresco o que como vas entero sudado da la sensación de que es fresquito, cuando en realidad no lo es), y vuelves a respirar. Cuál es nuestra sorpresa al ver subiendo un autobús entero de 52 plazas con mujeres mayores, niños y todo tipo de españoles que no deberían entrar en la pirámide, y menos todos en grupo a la vez. 

Un detalle importante es que, una vez entras en una pirámide, “no puedes” volver atrás, es decir que generalmente las galerías son tan angostas que no caben más de dos personas. O bajas o subes, pero no puedes pararte a descansar o dar la vuelta, cuanto menos si tienes una cola de gente detrás. Nosotros tuvimos la suerte de entrar prácticamente solos a todas las pirámides, pero este grupo creemos que realmente lo va a pasar mal ahí dentro. Españolitos de mi vida, siempre igual. 

Una vez nos volvemos a componer y bajamos de la pirámide, Hesham nos sugiere parar a comprar algo para comer. Al principio nos miramos un poco asustados, pues parte del equipo ha tenido problemas con la comida – como en otro cualquier país hay que tener cuidado con las aguas, la higiene, etc – y no estamos seguros de querer comer de un puesto egipcio local en medio de la calle. Aun así nos mentalizamos que todo lo que esté bien cocinado no tiene por qué darnos problemas. A los pocos minutos Hesham vuelve y nos da el mejor pan y falafel que jamás en nuestras vidas hemos comido o vamos a volver a comer. 


En resumen el día de hoy ha sido uno de los más increíbles y emocionantes de mi vida, la experiencia de entrar en una pirámide es algo que recomiendo y recomendaré muy activamente. Sentirte en las tripas de un gigante de 4.500 años de antigüedad, pisar por donde pisó una de las civilizaciones más fascinantes de la historia, sentir el aire enmohecido del interior y pensar las toneladas de piedra que tienes encima es sin duda, algo inolvidable. 

Ahora toca descansar, volver al hotel y seguir viendo las pirámides esta vez desde la piscina. 



Esto se acaba y yo no quiero volver a casa. Quiero quedarme aquí y empezar de nuevo, verlo todo por primera vez. Hoy vamos a El Cairo, visitaremos la ciudad y su parte musulmana pero también la cristiana copta. Sin duda mucho que aprender. 


El Cairo en árabe significa “la fuerte” “la victoriosa”, es la capital de Egipto y la mayor ciudad del mundo árabe, de Oriente Próximo y de África. Su área metropolitana tiene una población aproximada de 16 millones de habitantes, también se la conoce como “la ciudad de los mil minaretes” y es la undécima ciudad más poblada del mundo. 

Con estos antecedentes se nos hace complicado pensar que no pueden tener un cierto orden y respeto entre sí. Una vez pasados los tiempos de las pirámides, los egipcios se hicieron “coptos” – palabra derivada del griego que significa literalmente “egipcio” – término que se usa para denominar, incluso hoy en día, a la comunidad cristiana egipcia. A partir del año 641 los musulmanes conquistan Egipto, pero el país conservará ambos cultos hasta llegar a nuestros días. 

A pesar de lo que podamos haber escuchado en las noticias o visto en los periódicos, los cairotas son ciudadanos abiertos y no se fijan en el credo a la hora de escoger sus amistades. Hesham nos explica que aunque él es musulmán, tiene amigos cristianos y judíos; sus hijas no llevan velo y visten al modo occidental, pero algunas de sus amigas van tapadas casi por completo, hecho que no impide la fraternidad mutua. Obviamente hay radicales, como en todas partes, pero la gran mayoría se muestran hospitalarios y alegres, y esa mezcla o fusión de ritos y culturas se nota cuando paseas sus calles. De pronto oyes un imán llamando a la oración o ves un par de señoras cristianas con su pañuelo entrando en misa. Nada de esto importa ni molesta en el trasiego diario de la ciudad. En principio pensamos que El Cairo iba a ser peligroso pero cuando andas sus calles te das cuenta de la versión que te han intentado vender, mucho más polémica y jugosa, está sin embargo alejada de la realidad. 

Por tanto nuestra visita se va a centrar en ver de primera mano dos ejemplos claros y aparentemente opuestos. 

Primero acudimos a la Mezquita de Muhammad Alí, también conocida como la Mezquita de Alabastro. Situada en la parte más alta de la Ciudadela de El Cairo, fue construida en 1.830 y en su interior conserva los restos de su fundador. 


La arquitectura es imponente, el interior está ricamente decorado y las vistas de El Cairo desde arriba son impresionantes. Nuestro guía nos lanza un ejemplo para que escuchemos la acústica del edificio con un intenso “Allahu akbar” – Alá es grande – que hay que admitir asusta a algún que otro turista despistado. 

Recorremos las calles de la Ciudadela Alta de El Cairo y vemos la magia de los edificios elegantes, imponentes, hermosos. Vamos bajando hacia el centro y comenzamos a ver calles más estrechas, bazares, naranjos… en cierto sentido me recuerda a Sevilla o a cualquier ciudad andaluza, cosa evidente si lo piensas pues tenemos raíces comunes. Esta arquitectura me hace sentir un poco más en casa. 

Pasamos por una sinagoga, también con su ambiente y su alboroto normal de un día de culto. Continuamos y en la calle del lado vemos una iglesia, la Iglesia de Santa Bárbara. Suerte para nosotros estaban en misa y nos quedamos a ver un trocito de la ceremonia, la cual es casi todo el tiempo cantada. Es curioso ver vírgenes y cristos a la vez que escuchas cantos en árabe. 


Seguimos callejeando y disfrutando del ambiente de la ciudad. Nos metemos en las entrañas del casco antiguo de El Cairo, en el zoco de Khan Al-Khalili. Es viernes por lo que todos los musulmanes están justo haciendo la oración del mediodía. En una de las plazas principales abren sombrillas gigantes con forma de papiro para que todos puedan rezar juntos. Mientras ellos rezan, nosotros paseamos por un bazar mágicamente vacío. 


Acabamos tomando un té con menta y una shisha en el conocido Café de los Espejos, oficialmente llamado Café Fishawy, la cafetería más emblemática de la ciudad. Este café reunía – y reúne – a artistas desde hace más de 200 años. Se sentaban a debatir, dialogar, hablar de arte, de música, de literatura. Es sin duda un rincón mágico lleno de encanto en el que merece la pena simplemente sentarse y ver la vida pasar. 


Y así, en un abrir y cerrar de ojos, se nos pasa el día y llega la hora de visitar nuestro último destino. Es hora de conocer en persona a mi querida Hatshepsut. 

El Gran Museo Egipcio de El Cairo es un lugar como los que ya no quedan, lleno de polvo, de esculturas amontonadas pero sobre todo, de joyas. Joyas egipcias de un valor incalculable. El nuevo museo que están construyendo al lado de las pirámides va a ser formidable, pero el encanto de este viejo museo seguirá sin tener parangón. 

Nada más entrar, y con un ticket especial que por supuesto te cobran aparte, nos metemos de lleno en la sala de las momias. Allí descansan Seti I, Ramsés II, Tutmosis I, Tutmosis III y la Momia de mi querida Hatshepsut. No puedo describir lo que es esa sala, me temo que mis palabras se quedan demasiado cortas. Después de viajar por todo el país, ver sus templos, sus momentos, sus lugares de culto… ahí está. Tumbada, serena, incluso esbozando una leve sonrisa me atrevo a decir, rodeada de los grandes faraones del antiguo Egipto y con la tranquilidad de haber logrado su objetivo: ser eternos. 

Salgo de la sala y me tiemblan las piernas, realmente el sueño se ha hecho realidad. 


Pero el museo es enorme y tenemos que ir a buen ritmo para poder ver lo más importante, porque de hecho, es imposible verlo entero en un solo día. ¿Nos podemos quedar una semana? 

Qué puedo contar del museo y de sus más de 136.000 piezas clasificadas del antiguo Egipto: el tesoro de Tutankamón está rodeado de curiosos, especialmente su máscara y su sarcófago. La paleta de Narmer cuenta la unificación de Egipto con el faraón fundador de la dinastía I. La famosa estatua de Kefrén con Horus sobre su cabeza, el alcalde con los ojos de vidrio, el matrimonio, el escriba sentado, esculturas de Akenatón, cientos de sarcófagos y un par de esculturas de mi querida Hatshepsut, salvadas de la destrucción hecha en su época. 


En definitiva, un magnífico broche de oro, un tremendo cierre del ciclo egipcio que hemos vivido estos días y un tímido “nos vemos pronto, Egipto” saliendo de mis labios.